29 de diciembre de 2011
Ven, Coy, ven
25 de diciembre de 2011
Todo puede ser.
16 de diciembre de 2011
Esto iba a ser un cuento más...
Después de hacer el amor le notó más ausente que nunca. Hundió los dedos en su pelo y le miró, girándose en la cama para tumbarse de costado.
-¿Qué te pasa? Te noto raro.
Él se giró y la miró en silencio. No sonreía. Estaba anormalmente serio.
-Creo que tengo que decirte algo que no te va a gustar.
-¿Te acuestas con otra?
-No, no digas tonterías. Es que creo... creo... He conocido a alguien.
Ella suspiró. No podía negar que se temía algo.
-¿Me lo estás diciendo en serio, Victor?
-Sí...
-¿Y quién es ella? ¿Cómo es?
-Ella... Ella es increíble.
-Ya... entiendo.
-Venga, Ana, no me mires así... Has sido tú la que ha preguntado.
Ella se giró y miró al techo.
-Y de verdad quiero saber qué tiene ella para que te hayas enamorado así, porque tú estás enamorado, Victor, te conozco, tienes esa maldita luz en la mirada. Sigue, quiero saber lo que la hace tan increíble.
-Ella... Ella sonríe de una manera única. Empieza a brillar cuando sonríe. Deberías verlo. Es... increíble. Tiene un andar distinto al resto de la gente, un andar único, como delicado, como si flotara. Y una mirada... Mira todo como con una curiosidad distraída. Pero curiosidad al fin y al cabo.
-Parece realmente encantadora... ¿Y qué sabes de ella?
Victor sonrío antes de contestar.
-Sé que adora la literatura. Su casa está llena de libros. Están por todas partes. Sé que le emociona la música clásica aunque no lo diga. Sé que lloró como una niña viendo Up. Sé que se pregunta casi todos los días de dónde saldrán las corrientes internas del metro que la despeinan en el transbordo hasta la línea 6 en Cuatro Caminos. Sé que le gusta dormir abrazada a su almohada. Sé que se sabe el monólogo del Tenorio. Sé que odia comer judías verdes. Sé que a veces hace algunos chistes negros que no todo el mundo entiende. Sé que su taza de desayuno es roja. Sé cómo se llaman sus padres. Sé que sus galletas preferidas son las María. Sé que le gusta el cine. Sé cual es su película favorita. Sé cual es la escritora del mundo que más odia. Sé qué miedos tiene. Sé que una vez se disfrazó de pitufo. Sé de qué color es su ropa interior favorita. Sé que odia los anuncios de Spotify. Sé que cuando se levanta de la cama lo primero que hace es ponerse un jersey blanco enorme que heredó de alguno de los hombres de su familia...
Ana sonrió.
-Eres un idiota.
-¿Por qué?
-Porque me estás describiendo...
-Es que ya te he conocido y me he dado cuenta que adoro todo en ti. Adoro la manera que tienes de apartar la mirada mientras sonríes. Adoro el brillo que a veces tiene tu pelo cuando un rayo de luz de esos que se pierden en otoño decide aterrizar sobre él. Adoro cuando me miras esperando a que siga hablando. Adoro cuando te hablo y sé que te cuesta seguir escuchándome porque tienes en la mente mil pensamientos más importantes, pero aún así quieres prestar atención.
-Victor, no vuelvas a hacerme esto nunca más. Por un momento pensé que me ibas a dejar. Y me he creído morir.
-Ves, ahora tú también sabes que me adoras.
-No te equivoques, yo eso ya lo sabía.
14 de diciembre de 2011
Las cosas que te cuento cuando no me escuchas
11 de diciembre de 2011
#9
7 de diciembre de 2011
Diálogos de gamusinos
6 de diciembre de 2011
S.O.S.
1 de diciembre de 2011
Original Sound Track
26 de noviembre de 2011
La Avenida Reina Victoria.
25 de noviembre de 2011
Borrador de la película que nunca haré.
19 de noviembre de 2011
Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.
13 de noviembre de 2011
En la línea de tu boca. Justo ahí
Más. Más.
Un poco más.
A dos centímetros de mi boca,
o un poco más cerca.
Háblame desde ahí,
que nuestros alientos se confundan.
Más cerca aún
¿Ves mi sonrisa?
Es porque sé que nuestros labios
están a punto de rozarse.
Y se rozan.
Y nos apartamos jugando.
Y las respiraciones se entrecortan.
Y ahora vamos a hacer que nuestros labios se confundan.
Sin respirar.
¿Qué importa?
Coge aliento que allá voy
Y me pierdo.
En tu maldita boca.
Te voy a morder ¿vale?
No muy fuerte.
Tú suspiras, yo sonrío.
Y te susurro.
Muy, muy cerca de tu boca.
11 de noviembre de 2011
El camino alternativo
10 de noviembre de 2011
Conversaciones con Enrique
6 de noviembre de 2011
Una ventana al bosque
Mi ventana nunca ha dado al bosque ¿sabes? Pero vamos a fingir que sí. Así podré contante cosas antes de que te duermas y será mucho más interesante que mirar al techo hasta que al sueño le dé por venir.
No te preocupes, de los dos yo soy la de las letras, así que pondré yo las palabras ¿te parece? No hace falta que digas nada. Sólo escucha ¿quieres?
Deja de mirarme así, me harás perder el hilo de los pensamientos que he arrastrado hoy hasta estas sábanas y te quedarás sin cuento.
¿Me dejas acomodarme en tu pecho? Gracias, creo que no hay un lugar más cómodo en el mundo que este.
Como te decía, mi ventana da a un bosque. Ahora es otoño y el suelo está cubierto de las hojas que se le van cayendo a los árboles. Los troncos de estos árboles están forrados de musgo. Casi todos. El musgo debe ser bastante blandito, eso parece por lo menos. Cuando veo esos troncos, sonrío, porque me acuerdo de Machado y aquel olmo suyo.
Ahora todo está inundado por una tenue bruma. A mí es uno de los paisajes que más me gustan del mundo.
A veces salgo de casa y, cruzando la verja que separa mi casa del bosque, camino entre los árboles. Siento la humedad en la piel. Y en el pelo.
Y miro hacia arriba. Me da un poco de pena ver las ramas de los árboles tan desnudas, pero el sol se filtra entre ellas. No puedo describir con palabras como la luz inunda mis ojos en ese momento. Supongo que los debo entornar, pero allí no hay nadie para confirmármelo. Ni una sola alma.
Llevo mis botas de agua, porque el suelo está húmedo del chaparrón que cayó la pasada noche. Ya sabes que me encanta saltar sobre los charcos. También tengo enrollada al cuello mi bufanda, así que escondo la nariz en ella porque siento que se me empieza a enrojecer del frío.
¿Te aburro? Parece que cierras los ojos. Quizá sólo estés imaginando mi bosque. Quizá ya te hayas dormido y estés ahora mismo paseando por él.
Sea como sea…
Cerca de mí hay una roca de buen tamaño, me llega hasta la cintura. Me apoyo en ella y saco el libro que ahora mismo estoy leyendo. Me río en medio del bosque. Algún día te lo dejaré, Poncela es uno de mis autores favoritos, siempre consigue sacarme una carcajada con su ingenio.
La luz grisácea del otoño se me está volviendo amarilla, debe estar cerca el anochecer. Me vas a permitir que vuelva a casa, porque ya sabes que en el bosque, y eso es algo que nos han enseñado todos los cuentos, siempre duermen criaturas peligrosas.
Cierro mi puerta con llave. Hace frío.
Ahora sé que estás dormido. Respiras con tranquilidad. Te acaricio la cara y sonríes, pero gracias a Dios no te despiertas. Me voy a acomodar un poco más en ti. Me gusta la sensación de estar entre tus brazos.
3 de noviembre de 2011
Te mentiré y te traicionaré siempre.
-Claro. Caballeros y escuderos. Lo entiendo.
-Bien. Pues un habitante de esa isla le dice a otro: te mentiré y te traicionaré... ¿Comprendes? Te mentiré y te traicionaré. Y la pregunta es si quien habla es caballero o escudero... ¿Tú que opinas?
Déjame estar debajo de tu almendro, Eloísa
31 de octubre de 2011
No tu nombre, quiero el suyo.
30 de octubre de 2011
Madame Des Glaces
La reina del hielo extendía sus dominios bajo mi piel. Mi cuerpo era su ciudad y su reino. Controlaba las emociones, los gestos, las palabras. Exhalaba a través de mi boca su gélido aliento. Era yo una marioneta en sus manos caprichosas y calculadoras. Se adueñaba de mis miradas, interrumpía a mis sonrisas y las distraía para que no se asomasen a mi labio.
Había dejado que se apropiase de mí. Era la capitana ideal para el barco a la deriva que me tocaba manejar. Sentía admiración por ella, me sentía orgullosa de su estancia en mí. Podríamos decir que confiaba en ella hasta la adoración.
Pero dentro del palacio de hielo no todo estaba como yo pensaba. Ella era sólo otra mujer. Tenía las mismas debilidades que yo. Sus fuerzas flaqueaban y veía, día tras día, como los muros de grueso hielo se iban reduciendo y encharcando el suelo cada día un poco más. Cada vez quedaba menos hielo y cada vez había más agua alrededor. Lo contemplaba impotente y se preguntaba qué sería aquello que había hecho mal. Su carácter taimado no había cambiado en absoluto, pero sentía que dentro de aquellos hielos que le helaban la sangre había comenzado a surgir una llamita, que estaba destruyendo todo aquel perfecto equilibrio en el que siempre había vivido.
La noté extraña aquel día. Dejó que uno de esos charcos que inundaban en palacio por dentro se escapara por uno de mis ojos. Noté la lágrima cayendo por mi mejilla
-¿Qué es lo que pasa aquí?
-Perdona, se me ha escapado, no volverá a pasar.
-¿Está bien, Madame?
-Sí, no te preocupes. Estoy teniendo problemas de calor.
-¿Sofocos?
-Algo así. Descansa, voy a solucionarlo, ¿vale? No te preocupes y duérmete.
Por supuesto, me fié de ella. Y ahora la miro de soslayo, preocupada porque no pueda hacer frente a la inundación que se le puede venir encima, pero preparada para buscarle un sitio fresquito en el que pueda vivir si finalmente no consigue hacer frente al calor. Ella me cuida, yo la cuido.
Ven, métete en este copo de nieve, Madame.
No llueve. Nieva en la niebla.
26 de octubre de 2011
Apócope
Siempre he ido cayendo. Cayendo en vicios y en virtudes. Cayéndome de pedestales. Cayendo por las escaleras. Caer.
Como en ese instante en el que estás medio despierto, medio dormido y te sientes caer, pero sigues en tu cama. A mí esos momentos me hacen sonreír.
Cadere.
Síncopa de oclusiva intervocálica.
Caere.
Apócope de -e.
Caer.
Y desaparecer del mapa.
Todos odian caer. No, lo malo no es caer. Lo malo es dónde caer.
Caer en el olvido. Caer entre algodones. Hay diferencias. Caer por el precipicio. Caer y pedir la mano para levantarse. Caer al asfalto. Caer a la lona.
Cáete conmigo. Cásate conmigo. Cágala conmigo. Compra comino. Pierde la razón conmigo. Intenta seguirme el ritmo. Espérame al fondo del precipicio.
Apocópate conmigo.
¿Qué esperas? Llega, dame la mano.
23 de octubre de 2011
No me pierdas las llaves del cielo
O mejor aún. Tíralas al mar.
Vamos a jugar. Vamos a escupirnos, a insultarnos, a tirarnos los trastos a la cabeza. A gritar. A maldecir y blasfemar. Vamos a odiarnos.
Y luego… vamos a parar el tiempo. Bésame y hazme olvidar lo mucho que querría matarte en algunos momentos. Haz que olvidar todas los celos que se me cuelan debajo de la piel, todos esos reproches que te guardo en una cajita. Esos que te tiro a la cara cuando discutimos. Venga, va, hazlo por mí. Y déjame que te muerda, pero esta vez sin hacerte daño, venga, va.
Vamos a jugar, peligroso, que sabes que me gusta. Y vamos a tomar una ducha, para que parezca que llueve. Como si nos quisiéramos y todo. Y déjame atrapada entre tu pecho y una pared y que se me quite la tontería. Y que no haya nada más allá de tu boca. Y déjame que me complique la vida contigo cuando me aburra. Y que tenga que hablar de ti, y analizarte por las noches con mi Tristán.
Cánsame, quítame las ganas de jugar, de todo. Envenéname como lo hacías antes, cuélate en mis sueños. Haz que tus defectos me parezcan irresistibles. O que simplemente desaparezcan. Recítame cosas al oído, ya escritas o inventadas en el momento. Sácame partido, aprovéchate de mí. Desgástame, desgástate conmigo.
Pero, por favor, dame de una vez la vacuna de este resfriado de mierda, porque te juro que como vuelva a tener escalofríos al escuchar esa música que tanto me gusta, iré hasta tú casa y no respondo de lo que allí pueda pasar.
El día que no pueda más, voy a matarte.
22 de octubre de 2011
Me produces los mismos escalofríos que Scarlatti
Siempre he sido muy de quedarme absorta con el sonido de un piano. Me gustaba, me adormecía, me reconfortaba, me fascinaba.
De hecho mis primeros recuerdos musicales se remontan al “Para Elisa”, esa canción que era la nana que nos relajaba para que cerráramos los ojitos y descansáramos nuestras cabezas sobre el pupitre en Infantil.
Luego vinieron las sonatas. Muchas. Demasiadas como para recordar sus nombres o sus números.
Y la sonata de Luz de Luna. Esa me acompañó muchas noches.
Y sin caer en el olvido, pasaron a un segundo plano. Siempre eclipsadas por algo más. Siempre a la sombra del Concierto de Aranjuez.
Y la he encontrado. “Sonata del escalofrío directo a la médula espinal” debería llamarse. Scarlatti. Sonata in B Minor, K. 87.
Bienvenida. Gracias por llegar. Instálate aquí, en mi piel de gallina. O mejor aún, en la médula. Duerme ahí. Hazme tener escalofríos. Dame miedo. Dame angustia. Dame tu magia.
20 de octubre de 2011
Diluvio bilateral
Tan frágil como un cristal. Ese equilibrio trágico que no se sabe cuanto va a durar. Es dificil de saber cuando todo se precipitará al vacío ¿No crees?
19 de octubre de 2011
Tu amor fue como el Vicks Vaporub
18 de octubre de 2011
Nunca llueve a gusto de todos
-Yo me construí una muralla, para protegerme ¿Entiendes lo que quiero decir? A mí me gusta la independencia y estar enganchado a alguien te deja sin ella, o la pierdes de alguna manera
-Te comprendo… pienso igual que tú en ese sentido
- Él y yo estamos en dos sintonías distintas, así que yo me construí una muralla que parecía muy fuerte, sólida. Pero como todas las murallas algún fallito tuvo que tener. Y cuando llueve, moja y cala. Así que se coló un poquito de agua... sólo un poquito y mojó ¿Me sigues aún?
-Por supuesto que te sigo (al menos eso creo) ¿Y puede ser que para ti esa gota fuera más fuerte de lo que pensabas?
-Esa gota... es molesta. Como cuando tienes una gotera. O la arreglas o dejas que se inunde el piso. Y lo malo de las goteras es que mientras no llueve no te acuerdas de ellas. Así que lo que me pasa con "este problemilla de humedades" es que, o dejo que se me inunde la casa, o la arreglo, pero no la puedo dejar ahí. Y mientras me decido por una cosa u otra, he plantado un cubo debajo. Y veo como se caen las gotitas. Hasta que el cubo se llene o la gotera se seque.
-Pero las goteras no se secan solas… se pueden ocultar, dejar que sigan, o arreglar ¿Y tú, prefieres picar el techo, cambiar la tubería y volver a sellar, o simplemente dar una capa de pintura?
-Este tiempo creo que le he dado una capa de pintura. Pero para arreglar la gotera, lo mejor es que el techo esté seco. Y ahora, el techo vuelve a estar mojado. Ha vuelto a llover. Y esta vez no he visto llegar la tormenta. Me ha pillado sin paraguas
-¿Y llueve ahora con más fuerza que antes?
- Llueve... que no es poco. Y estoy aquí con el cubo en la gotera y el chubasquero puesto. Sin saber qué cojones hacer. Nunca llueve a gusto de todos ¿no?
- Porque en el fondo sigues protegiéndote y a lo mejor es necesario que te mojes.
- Pero... ¿Y si me mojo y me cojo un constipado tonto?
-Para el constipado existen medicinas y con el tiempo todo se cura. Todos podemos ponernos enfermos, es normal
-Con esa frase me acabas de hundir, ¿lo sabes?
Llueve en el canal... Y así, siempre.
17 de octubre de 2011
Cuando no hace falta decir nada más.
14 de octubre de 2011
-Hola, ¿está el surrealismo?... Que se ponga
12 de octubre de 2011
Yo te prometo que no voy a llorar. No
6 de octubre de 2011
Mamá, me toman por el pito del sereno
2 de octubre de 2011
Domingo en la cama
26 de septiembre de 2011
Cuac!
Anatidaefobia: Temor de que en algún momento en algún lugar, un pato te esté observando.
23 de septiembre de 2011
Mátame o dame la vida; da un medio a tantos extremos
22 de septiembre de 2011
¿Cuándo empezaste a saber tanto de todo?
19 de septiembre de 2011
Nuevo curso en facultad vetusta como ella sola.
17 de septiembre de 2011
Conversaciones a través del tiempo
A mi yo de 2006: Vengüenza te tendría que dar. Hoy he encontrado nuestro diario. Nuestro yo de 2004 escribía mejor que tú, y con menos faltas, lo que es alarmante. Gracias a Dios ahora soy yo la que se ocupa de la escritura (¿Pero qué clase de futura filóloga eras, querida?)
15 de septiembre de 2011
The end?
11 de septiembre de 2011
A mitad de camino
7 de septiembre de 2011
Vuelta a todo lo que se dejó descansando
6 de septiembre de 2011
Hacia lo salvaje
3 de septiembre de 2011
Sobre el cambio y el cine español (O cine, a secas)
28 de agosto de 2011
Morir matando
22 de agosto de 2011
Lo reconozco, no sé disimular
31 de julio de 2011
El dragón te va a morder
Ni eres Jorge, ni yo la princesa, así que encierra a ese dragón en una bola de nieve y vamos a quemar la noche.
Vamos a jugar a un juego
¿Te apetece?
Yo te voy a mentir, te voy a engañar, me voy a engañar a mí misma y me voy a ir muriendo cada vez un poco más por ti.
No vale tener sentimientos fuertes. No vale enamorarse, no vale odiar al otro por ser un idiota distraído… Ves, esto es todo mentira. Todo vale, pero hay que engañar al otro. La clave está en besar y no hablar demasiado. Y acariciarnos. Ahora es cuando me toca engañarme, y pensar que no necesito alguna caricia más.
Hemos aprendido bastante bien las normas…
Lo de morir el uno por el otro lo dejamos para las tragedias de Shakespeare mejor, ¿no?
Te dije que encerraras al dragón. Ahora tiene el corazón en sus garras. Estamos a su merced.
Te parecerá bonito…
11 de julio de 2011
Manual de instrucciones
9 de julio de 2011
La obsesión de tu vida
3 de julio de 2011
Sal con una chica
Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.
Para mí siempre serán más encantadoras las chicas que leen, porque yo soy una de ellas.