Tampoco nadie se ha dejado besar como tú lo hacías, como a mí me gusta hacerlo, con esos besos cortos que son apenas un roce. Ni tampoco nadie me ha permitido sonreír contra su boca, esperando pacientemente a que yo borrase esa estúpida sonrisa para seguir indagando incansablemente en mis labios, como si quisiera desgastármelos. Nadie me ha hecho separarme bruscamente de él, buscando un aire necesario para no perder la poca cordura que me pueda quedar en ese tipo de momentos. Nadie ha tirado de mi mano en medio de una calle de vacía de Madrid, a altas horas de la madrugada, para separarme del grupo y darme uno de esos besos rápidos que saben a poco, pero que importan mucho.
Nadie ha tenido un primer beso tan confuso y furtivo como el nuestro.
Nadie aparta tan cuidadosamente mi pelo de su cara, sonriendo por las cosquillas, tras hundirse peligrosamente en mí, ni nadie nunca me ha hecho probar de sus labios mi propio perfume a fuerza de recorrer mi cuello. Nadie.
Sólo espero poder encontrar algún día a alguien que haga las cosas aún mejor que tú.
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