10 de noviembre de 2011

Conversaciones con Enrique


Tú a mí no me conoces. Es imposible que lo hagas porque estás muerto, a no ser que seas tú quién se apodera de mi mente en esos momentos cómicos, cosa que no me extrañaría, señor Poncela.
No te voy a llamar por tu nombre de pila, porque creo que todos los filólogos debemos de tener respeto a los maestros de la literatura y yo te considero así, aunque me hagas reír en el metro y en el autobús y yo quede como una loca. Eso sí, te voy a tutear, que ya eres como un colega más.
Oí de hablar de ti, como no podía ser de otra manera, en clase de mi adorada Menci, en seguida quise ver cual era tu visión del mundo. Así que me fui a mi estantería y cogí Eloísa está debajo de un almendro. Y nunca jamás había sonreído tanto con un libro en toda mi vida. Insuperables todos aquellos diálogos tuyos. Y pensé si alguna vez me animo y escribo teatro, quiero ser como Jardiel Poncela. Y luego vi en el metro uno de esos fragmentos de Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? y claro, no pude evitar que hacerme con un ejemplar pasase a ser una necesidad primaria.
Y así estamos, desde el sábado pasado, yo enganchada a tus letras y tú contándome la historia de Pedro de Valdivia. Y riéndome, sobre todo riéndome. Y pensando también, porque, señor mío, es usted un maestro de las sentencias.

-¿Habéis tenido tiempo de sobra en vuestra vida?
Si alguna vez habéis tenido tiempo de sobra en vuestra vida, seguramente que lo habréis perdido en estudiar qué es progresión aritmética

¿Pero cómo no voy a reírme cuando leo eso? ¡Si eso es el resumen de todo lo que he pensado en mi vida sobre los números y las matemáticas en general, que no sirven para nada!

Pero si de algo eres el rey, es de las notas a pie de página. (Ahora hay gente leyendo esto, así que por respeto a ellos voy a copiar las que más me han gustado aquí, que si no, se pierden)

-Porque... qué narices*
*Cicerón, Tratado de los deberes.


-Y contaría -Finalmente- la muerte de Pedro de Valdivia, el 3 de diciembre de 1553, a la cabeza de sus tropas y en una lucha homérica después de la cual no quedaron ni los rabos*

*Esta lucha homérica fue homérica del Sur, naturalmente, pues -como queda advertido- la acción se desarrollaba en Chile. (Estupidez escrita para indagar)

Y tú mismo te lo decías todo. Y con tu pan te lo comías. Olé tú.

Pero también me has hecho pararme, y releer una frase una y otra vez. Y odiarte un momento por conocer a las mujeres tan bien y porque siguen existiendo hombres que no nos conocen así. Y así, me has hecho quitarme, dentro de mi mente, ese sombrero que siempre llevo. He aquí tu frase:

Las mujeres no aman nunca los que se enamoran locamente de ellas.

Qué razón tienes, jodío.

Ahora me despido, he quedado con esos dinosaurios sin gracia del siglo XV. Ya nos veremos por ahí. Espero que pronto.


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