27 de diciembre de 2012

#2712

Eres una lucecita, aún encendida.
Y yo quería soplar y apagar.
Eres un cosquilleo, casi un picorcillo en la espalda.
Y yo quería rascar y aplacar.
Eres un latir aún rápido sin razón aparente.
Y yo quería tranquilidad.

¿Acaso no te pedí que acabaras con todo? ¿Que lo mataras, enterraras y me ocultaras?
Y ahí sigue. A la vista. Todo igual. Pero todo mal, porque es distinto.
Y todas las canciones francesas hablan de ti.
Y todas las novelas llevan tu verbo que me asalta a traición.
Y todos los días el cerebro se distrae y piensa un poco en ti. Qué traidor.

La relación intenta ser normal. Joder, qué locura ¡Normal! Si nunca hemos sido normales...
Pero es lo que hay. Y mientras todo siga así, no hay más.
Que quizás bajes de la torre y me vengas a buscar.
Que quizás la piedra se reblandezca.
Que quizás vuelvas a latir. Incluso por otra. Qué más da.
Que quizás nuestro momento no exista.
Que quizás no haya existido jamás.
Que quizás todo sea en vano y no llegues a cicatrizar.
Que quizás vuelvas y lo encuentres todo igual.
Que quizás te vayas muy lejos y no haya vuelta atrás.
Que quizás un día no haya más cadenas.
Que quizás un día ya no haya un ojalá.
Que quizás cualquier día aparece alguien más.
Que quizás no haya quizás nunca jamás.

18 de diciembre de 2012

El tiempo no se mueve

Sí, está llegando el invierno.
Sí, han pasado meses.
Sí, el año está a punto de acabar.
Sí. Claro que sí.

¿Y qué?

Todo sigue igual. El reloj se paró una tarde. De vez en cuando se despierta. Agita el mundo cuando todo empieza a posarse, cuando las cosas empiezan a encontrar su sitio.
Y vuelta a empezar.
El desorden. Los terremotos. Las lágrimas. Todo de vuelta.
Y ahora ya viven aquí. A veces, ni hacen ruido. Otras veces saltan, gritan y crean caos.
Y nada se normaliza a pesar de los intentos.
Y si...
Sí, el "y si..." es el mal de este mundo. Y la cobardía y el miedo y todo sigue igual.
El tiempo no se mueve. No puede, porque está cagado de miedo.

17 de septiembre de 2012

Producciones El deseo S.A. presenta:

En aquello época, todo se reducía al deseo. 
Deseo de que todo volviera a la normalidad. Deseo de cambio, quizá. 
Deseo reducido a lo más primario, pero también llevado al extremo más espiritual. 
Deseo de piel, de boca, de saliva. De tacto recorriendo piel, acariciando bocas, siguiendo un rastro húmedo de saliva.
Pero también deseo de tiempo dedicado a brazos y abrazos. Y suavidad delicada. De compañía silenciosa. De silencios largos llenos de palabras agolpadas en la garganta aguardando su momento. De palabras que querían salir libres, sin miedo, en el mismo momento en el que el cerebro tuviera el antojo de componerlas, con esa gramática y esa sintaxis innata de la que hablaban los lingüistas reputados. O quizá no procedieran del cerebro, por ser algo más natural, más espontáneo, más sentimental y, por lo tanto, procedente del pecho (Subir siempre cuesta más que bajar, por eso esas palabras era siempre más difíciles de pronunciar)

Y este deseo, con todas esas variables posibles apareciendo simultáneamente, iba a donde quisiera que yo quisiera ir. Cargado a la espalda. Con un peso en ocasiones pesado, hasta el punto que el mismo deseo agotaba el cuerpo y lo arrastraba a un estado de casi duermevela que era insostenible para mantenerse como un ser humano normal o decente, y otras veces tan ligero que apenas se notaba, si no era por las cosquillas que hacía en la nuca cuando soplaba el aire en los recuerdos, que siempre tienen una temperatura fría, porque están lejos, quizá; porque dan miedo y se desdibujan, como todos los recuerdos.

Pero el deseo se hacía especialmente fuerte cuando se concentraba unido a dos frases, que de vez en cuando se escuchaban, huecas como con eco o reverberación dentro de la cabeza, justo entre las cejas, donde aparecían las arrugas más profundas cuando llegaba la madurez, y parecía que iban a salir, como en un pequeño rollo de papel, localizando el punto exacto de su salida en la frente con un dolor que se alojaba allí desde el mismo momento que surgía alguna de las dos frases y que desaparecía, con suerte, en cuanto lograba cerrar los ojos y descansar las ocho horas estipuladas tácitamente entre cerebro y cuerpo.
Aquellas dos frases eran "Todo va a salir bien" y "Va a volver". Con sus variantes, ambas respondían, en realidad, a una misma realidad que había roto la rutina un martes, sin más, después de una ducha (Ya se sabe que en las duchas de agua caliente siempre se han desarrollado las ideas que cambian la vida para bien o para mal) Y el deseo era más esperanza que otra cosa. Y ambas frases, pero sobre todo la primera, por ser, en realidad, más importante, se repetían como un mantra un día tras otro.
Digo que la primera es más importante por el simple hecho de que no necesitaba la segunda para realizarse, que era un mero adorno a la realidad para completarla y mejorarla. Pero la segunda, sin esa primera afirmación, no era nada. Era el vacío, del que huía con autentico pavor. El vacío no servía. De nada.
Y a fuerza de repetir día tras día lo mismo, se hizo realidad, o convencí, por pesada, al destino. Y las cosas empezaron a ir bien y a compartir espacio con el deseo. Ganándole el terreno, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa. Y en algún momento, el deseo desaparecería, o cambiaría de forma, o sería satisfecho. Hasta entonces sólo había que beber, bailar, leer y esperar.

10 de septiembre de 2012

GBTW

-¿Y qué quieres?
Y si aquello hubiera sido el guión de su serie favorita se tendría que haber abalanzado hacia su boca mientras susurraba un completamente audible "A ti" antes de besarle. Pero, claro, no era el caso.
-Quiero... ¿Qué más da? Sea lo que sea no es posible. No ahora. No hay tiempo.
-Eso pensaba yo. Quizá...
-Sí, quizá. Pero ahora no. Es lo mejor. Las cosas dependen de ti. Siempre lo han hecho. Qué más da.
-Me sienta mal.
-No entiendo por qué. Eres el que menos tiene que perder. Todo es cosa tuya.
-Ya sabes lo que quiero decir.
-Sí. Lo sé. Y tú también sabes lo que yo quiero decir. Es lo mejor.
-Sí. Es lo único que podemos hacer.
Y sólo quedaba esperar. U olvidar. Llorar casi seguro. Pero que más da. Era lo mejor. Era lo único que se podía hacer. 

18 de julio de 2012

Año 2012 (Recuento en números tras 7 meses y 18 días)



Una obra de teatro transgresora.
Diez exámenes. Tres asignaturas suspensas.
Siete libros leídos por obligación. Unos pocos menos por gusto.
Seis museos visitados, en dos países distintos. Cuadros: Demasiados para contarlos.
Dos fines de semana míticos fuera de Madrid.
Dos películas en el cine (Ninguna de las dos era de fuera de Europa)
Un concierto en el Auditorio Nacional.
Cuatro programas de radio.
Trece jarras de sangría en las Cuevas del Sésamo. Seis chupitos de tequila en La Lupe.
Cinco visitas a la Biblioteca Nacional.
Tres invitaciones a conciertos donde tocaban más de una banda.
Copas: Más de las que se reconocerían ante una madre.
Besos: Incontables.
Una ópera en directo. Seis más vía Youtube.
Dos viajes en avión.
Ciento treinta y dos reproducciones del Adagio del Concierto de Aranjuez sólo en el iPod.
Un móvil nuevo.
Un marinero.
Ciento ochenta y cuatro fotos en Instagram.
Doscientos ocho seguidores en Twitter.
Veintinueve listas de reproducción propias en Spotify.
Siete meses y dieciocho días. 

15 de junio de 2012

Sábanas a rayas

Despertó sin abrir los ojos. 
Tenía la frente apoyada en el omóplato de él.
Sin abrir los ojos, besó la espalda de su acompañante y oyó una especie de ronroneo. 
Seguramente seguía durmiendo.
Se giró en su trocito de la cama de 90 que ambos ocupaban.
Algún día se acostumbraría a compartir un sitio tan pequeño.
Pensó en las vueltas que había dado esa noche. Siempre le ocurría lo mismo cuando dormía con alguien. Le costaba encontrar la postura en la que no molestar al otro y que, a la vez, le ayudara a conciliar el sueño.
Algún día se acostumbraría a compartir la cama y esa noche, además de dormir, soñaría.
Notó un brazo rodeando su cintura y unos labios besando su hombro.
-Buenos días.
-Buenos días - contestó sonriendo. Él estaba despierto. Y ella desnuda. Y ya no había pudor, ya nunca más lo habría.
-¿Sabes? Anoche intenté contarte los rizos, pero son infinitos...
Ella dibujó una enorme sonrisa en su rostro y se giró, dentro del abrazo de su amante, para mirarle.
-¿Hasta qué número llegaste?
-Hasta un millón.
-Eres un exagerado...
-Bueno, vale. Hasta novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve.
Le besó dulcemente. En parte, para que dejara de decir tonterías; en parte, para agradecerle las sonrisas que le obligaba a dibujar en su cara con esas tonterías. 

13 de junio de 2012

Diecinueve

¿Cuántas horas has estado en casa? ¿Cuántas han sido suficiente para impregnarme la vida con tu olor?
Sí, me asalta al salir de la ducha. Tu olor.
No soy capaz de describirlo. No es algo parecido a las almendras o al azahar. No, nada que pueda llegar párrafos de un libro cursi. No es olor a libro viejo, o a infancias junto al parque (¿A qué huele una infancia junto al parque? ¿A barro y sangre?)
No sé a qué hueles, pero me da igual. Es reconfortante. En mi almohada. En mi camisón. En mi pelo.
Pero también en la habitación, muchos días después, como sin querer, como salido de la nada. Me asalta y casi puedo sentir tus brazos cogiendo mi cintura y acercandome a ti. Y tu nariz apartando mi pelo para que tus labios me lleguen al cuello.
Y los buenos días.
Y las buenas noches.
Y los jardines interiores y las casas de puerta azul.
Y las batallas campales. Y los campos de batalla.
Y las guerras, que no son guerras si no sólo otra sonrisa más, de esas que da el cansancio.
Y las manos dormidas.
Y cinco minutos más. 

8 de junio de 2012

An other (warm) winter is coming

Ha llegado para llenar todos los vacíos.
Llegó envuelto en música de guitarras, como no podía ser de otra forma. En medio de estampas del mediterráneo. Con sabor a vino y a tequila.
Ha llegado a llenar los vacíos de gentes pasadas. Ha llegado para cambiar besos, caricias. Ha llegado para llenar noches con conversaciones. Para traer otros idiomas mientras la mañana se despereza.
Ha llegado a hacerlo todo distinto, pero familiar.
Ha llegado. Bienvenido sea. 

2 de mayo de 2012

#0205

Decían que el mundo acabaría con el efecto 2000, que nunca pasaríamos de cuartos, que la comida serían pastillas, que los coches iban a volar.
Decían que la tele acabaría fundiéndonos el cerebro, que íbamos a ser unos animales insensibles, que la cultura moriría, que los museos quedarían desérticos, que nunca llegaríamos a nada.
Decían que internet nos deshumanizaría, que nos haría asociales, que perderíamos el contacto.

Y aún así...
Seguimos aquí, comiendo con cuchara y viajando en autobús. Y apenas vemos la televisión, y seguimos llorando, y visitando a la familia de Carlos IV de cuando en cuando para guiñarles un ojo. 
Y seguimos siendo humanos, seguimos necesitando el roce, el contacto. Y preferimos ese contacto, agobiante y calurosos, e incluso a veces sofocante, a la soledad frente a la pantalla de un ordenador. 
Y aprovechamos la mínima ocasión para no hablar de nada y jugar, sólo jugar. A jugar como cuando no nos importaban los impuestos, las tasas, los gobiernos. Como cuando había nocilla y Disney para merendar los viernes. 

15 de abril de 2012

Recuerda, recuerden.

El tacto nunca fue mi sentido favorito. Además siempre me pareció el más prescindible de los cinco. La vista, el más importante.
Claro, ¿qué va a hacer una lectora voraz sin vista?
Y entonces.
Aprender que cuando la luz falta, es el tacto el rey.
El tacto de tu pelo entre mis dedos.
El tacto de tus dedos sujetando mi espalda.
El tacto de mis dedos explorando tu pecho.
El tacto de tus labios en mis clavículas.
El tacto de mi pelo acariciando tu cara.

Y si el oído juega, ya no necesitamos nada más.

Además, la piel tiene memoria ¿No les parece extraordinario? ¡Memoria! Memoria...
Mi piel, por ejemplo, recuerda cada domingo por la mañana el tacto de una piel ajena y, a veces, añorada. Caricias de hace casi un año. Y caricias de hace una semana. Caricias debajo de las costillas. Caricias cerca de las caderas. Un mordisco en la oreja. Una presión en mi boca. Un beso en la línea de la columna. Un leve roce a lo largo de las piernas.
Y otro roce. Un cosquilleo. Una inquisitora caricia. Una posesiva presión. Y luego, la nada.

Puede que el tacto sea ahora uno de mis sentidos favoritos.

12 de abril de 2012

57 minutos

Tenía aquella curiosa manía de los jueves.
Llegar a casa, dejar las llaves, el bolso, los auriculares.
Estirarse. Contemplar la casa vacía.
Llegar a la cocina, encender la placa, calentar los macarrones con tomate.
Cerrar la lavadora, comprobar que está cargado el detergente. Botón de encendido. Giro de muñeca. Ajuste de temperatura. Ajuste de tiempo. 57 minutos. Allá va.
Y en esos 57 minutos simplemente permanecía en silencio. En ese metro cuadrado del mundo que ocupaba su minúscula cocina. Su cocina en blanco y negro. Se sentaba a comer esos macarrones de los jueves. En ese taburete gris como de bar. Fregaba lo ensuciado, volvía a tomar asiento. Hasta que se agotaban los 57 minutos.
Entonces, tenía que dejar aquello en lo que estaba pensando: sus proyectos, sus recuerdos, sus noches en vela, sus delirios, sus esperanzas y todo lo que le atormentaba, en definitiva.
Y recoger la colada de sábanas.

Un jueves más. 

10 de abril de 2012

No curtain call

-Serían recuerdos, mezclados con alcohol. En una isla fiscal en la que la adoración no tiene jurisprudencia. 
-¿Y qué puedo hacer, Tristán, en peligros semejantes?
-Pues si quieres escribir, que sea ahora, sino, tendrás que callar y recordarlo siempre en silencio.
-No quiero escribir. No puedo. No tengo ni fuerzas, ni ganas. Sería dar un paso atrás después de haber andado todo este camino. No, las cosas están bien. Voy a ser cobarde esta vez. Me niego a escribir. Dejaré que esto me coma un poco por dentro. Lo recordaré con una sonrisa de turbación. Lo recordaré de vez en cuando; puede que le intente buscar un sentido, a veces. Pero me rendiré. Ya me he cansado de intentar ganar todas las batallas, de tener que encontrarle la lógica a todo. Voy a luchar contra el instinto de tener todo atado. De saber, de todo. Perdóname, porque a veces vendré a recordar aquí, contigo. Y seguiremos sin encontrarle la lógica, pero quizá un día deje de buscarsela, de darme contra este muro. Y entonces tú podrás descansar. Y yo ¿Sabes? Nada me gustaría más que poder descansar. Descansar. Sí. Descansar. 

30 de marzo de 2012

Cuento de primavera

-Pero piensas en ella. Y a mí eso me atormenta.
-Claro que pienso en ella. Pero también pienso en Lorca, en la República, en los hipérbatos, en Cernuda, en la presunción de inocencia, en la ópera y en los macarrones con tomate ¿También tienes celos de eso?
-No, claro que no. Eso son tonterías.
-Como esto. Te he repetido mil veces que no sé cuáles son mis sentimientos hacia ella. Quizá sólo la quiera como a una hermana. Sin más.
-Pero llevas su reloj...
-Sí ¿y qué? ¿Te molesta?
-Sí, porque siento que ella está en medio.
-Pues me lo quito. Ves. Ya no está... Ven aquí ¿Tú crees que iría todos los días hasta tu casa con una sonrisa en la cara para verte si estuviera enamorada de alguien más? ¿Crees que me seguiría acostando contigo? ¿Crees que te lo hubiera contado? Claro que no. Te lo conté para que nos riéramos de mis tonterías. Y has hecho un mundo de un grano de arena. Te quiero a ti. A ti. Eres el único hombre al que amo en la tierra. Y ella es simplemente una curiosidad que tengo. Nuestros vínculos son fuertes y sabes que siempre he tendido a relativizar con el amor. Pero te juro que no estoy enamorada de ella. Ni siquiera me he cuestionado mi orientación sexual. Era pura curiosidad, que además no ha llegado a nada. Ni nunca llegará a nada.
-Odio tu curiosidad. Me da miedo.
-Ven, perdóname, voy a hacer que se te olvide todo. Ahora mismo, sobre tu cama.

26 de marzo de 2012

Mira, tocan a misa en Santa Catalina

Dos días de añoranza continua. A pesar de la felicidad del reencuentro con el Mediterráneo y todo lo bueno. Dos días de conversaciones, de pólvora, de horchata. De una cama vacía y otra ocupada.
Pero falta algo, algo que es necesario. Algo que termina de completarnos.
Lo distinguimos a lo lejos un domingo soleado.
Entonces se acaba la añoranza y de nuevo hay pólvora y horchata. Y tres camas llenas. Estamos completos.

Los asentamientos en la Alameda, las esperas sobre el asfalto, las caminata de vuelta a casa. Todo es más completo porque volvemos a ser tres.
Y se habla, se ríe (mucho), se bebe mistela, se come, se camina, se dibuja, se espera, se cogen autobuses.

Mira, tocan a misa en Santa Catalina.

21 de marzo de 2012

Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.

La poesía y yo siempre hemos mantenido una relación extraña.
Hubo un tiempo que nos queríamos. Y jugábamos juntas.
Se dejaba meter mano.
Luego se volvió esquiva. Me miraba de soslayo y yo a ella.
Y nos separamos.

Ahora somos como viejas conocidas que se sonríen al verse, como si se añoraran.
De vez en cuando viene y me presta algunas palabras. Sabe que mi relación con la prosa va en serio y no se quiere meter entre medias.
La poesía me respeta, del mismo modo que yo la respeto a ella.
Nos sonreímos.
Nos vemos en fotos viejas.

15 de marzo de 2012

#1503

El mundo se ha cerrado de repente.
Ya nada entra en él y ya nada puede salir.
Me he quedado atrapada en la magia de unos acordes que han entrado como un vendaval. Arrasándolo todo a su paso, como hacia siglos que no ocurría.
Uno de esos flechazos, de esos romances que se recuerdan toda la vida y que sabes que te acompañarán a la tumba.

Aparece el mismo miedo de siempre
¿Y si se le acaba la magia?
Sólo ha habido una cosa en el mundo que haya sobrevivido a semejante explotación. Pero hay algo detro que dice: "Tranquila, sobrevivirá". Así que sigue tronando en mis oídos su intensa melodía. Como un eco eterno. Y sus palabras me bailan en el cerebro. Todo el día, sin descanso.

El mundo se ha cerrado de repente. Y es cómodo. El mundo se ha llenado de rojos y de blancos. De cuadros impresionistas, de ópera, de poesía.
El mundo ha cambiado, el mundo se ha vuelto selecto. Y ya no hay musas de rostro conocido. De un rostro que yo haya acariciado alguna noche antes de dormir.
El mundo es salvaje y se deja explorar.
El mundo está desperdigado dentro de edificios que no suelo transitar. El mundo huele a óleo.
El mundo tiene voz de hombre. El mundo sabe a humo.
El mundo es nuevo y a la vez, terriblemente viejo.
El mundo ha cambiado y me ha acogido en su seno, como siempre.

El mundo permanecerá cerrado a visitas por un tiempo indefinido. Disculpen las molestias. 

21 de febrero de 2012

Crocce e delicia al cor

Llevo unos días barruntándome que la literatura o el arte no es más que lo que en realidad debería ser la vida.
Me refiero a que la vida, ésta que llevamos, apacible, tranquila y quizá monótona debería interrumpirse un día. Quebrarse.
Me gusta pensar que un día, así, de improviso, aparecerá esa persona que cambiará la vida que llevo de una manera radical y para siempre. Esa persona a la que dedicar un verdadero "Oye, espera... vete". Uno de corazón. 
Porque según yo lo veo, ninguna historia puede estar completa sin esa separación que parece definitiva y que casi nunca lo es.
Lo que quiero decir es que no puedo comprender que se ame (amar, como verbo, como sentimiento verdadero. Del que de verdad existe, no del que venden las grandes superficies) sin dolor, y que este dolor es sin duda algo inherente y necesario. La esencia misma del amor. Y que posiblemente todos deseemos en silencio y con vergüenza un poco de ese dolor, porque sin duda estamos hartos de leer, de ver, de escuchar, esas historias dolorosas que son las que, pasados muchos años, recordamos con cariño y calientan el pecho.
Todas estas cosas las apoyo yo, fundamentalmente, en esa obra de teatro y esa ópera que me encogen en alma. Desde el pasado me insuflan estos pensamientos y me mecen en una especie de irrealidad, a ratos melancólica, en la que me he anclado estos últimos días.
Sus letras me acompañan y me asaltan a cada momento y sus imágenes se me aparecen en sueños cuando consigo tenerlos. Se han colgado a mi espalda y conviven en perfecta armonía. Duermen en mi cama, dejándome sitio en la almohada. Se han convertido en las dos grandes obsesiones de mi vida. Una ya vieja y quizá un poco ajada. La otra, nueva y resplandeciente. 
Parece mentira, con lo que yo he sido.

Pero yo había venido aquí a hablar de eso que te vuela los sesos un buen día. Da igual, ya es de noche. Canta Violeta. El insomnio y yo nos peleamos. Se me empañan los ojos con un dolor ajeno. Si se pudieran quebrar los huesos de puro amor lo harían. Es de noche. Gana el insomnio. Addio. Es de noche.

20 de febrero de 2012

#00.2

Y había, también, ocasiones en las que se acababa por desbordar el amor que albergaba en sí. Y se escapaba caprichosamente, mojando aquí y allá. Calando hasta los huesos algunas veces (las menos). Salpicando sin querer en otras.
La mayoría de las veces deseaba desbordarse, pero no le alcanzaba el léxico. Entonces, hubiera querido tener algún don que no dependiera de la palabra. La música. La pintura. La escultura. O la papiroflexia, quizá.

Sin lugar a dudas, aquel era el más bello animal del mundo.

13 de febrero de 2012

#1102

Tengo los ojos nublados de los humos de una noche larga. Esos cigarros, los que dejar el sabor dulce del chocolate en los labios, de los aderezados con una alegría simple. El humo del café. El humo de un regaliz. El humo.
Mis pies están cansados de saltar, de bailar. Mi cabeza no puede aguantar la felicidad. Río. Necesito descansar. La cabeza duele. No quiero dormir. Quiero seguir riendo. Quiero estar aquí siempre. Pero la cabeza me pide un descanso y la luz empieza a hacer daño a los ojos. 
Hay caricias y miradas. Y música. Y sonrisas. Y se come y se bebe en compañía. Se besa, se baila, se ríe, se comparte, se abraza, se pasea, se pasa frío (eso es lo de menos), se fuma. Siempre en compañía.

Mañana... Mañana no importa. La noche es larga y los ausentes son sólo sombras que a veces pasan, debido a algún comentario, por la memoria. Nunca mucho rato. 
No, no se piensa demasiado en los ausentes. Se olvidan entre copa y copa, entre calada y calada. 

El paréntesis antes de la tormenta para unos. La lluvia después de una gran sequía para otros. Para todos, algo parecido a la tierra prometida. 

6 de febrero de 2012

Ningún poema más

Imagino los domingos en la cama, de mimos infinitos.
Terminarían siempre en poesía, la que yo leería en el refugio de tus brazos.
"Un poema más y nos dormimos, que mañana hay que madrugar"
"Un poema más, venga"

Y entonces elegiría mi favorito, ese que está a medio subrayar.
Y te lo leería y no haría falta ningún poema más.
Y te escucharía decir "Apaga la luz y ven aquí, anda"

Y no haría falta ningún poema más.

3 de febrero de 2012

Reducir la salsa y añadir sal a gusto.

¿Sabes? Hay épocas que sólo se reducen a eso. 
Días, o semanas, incluso algún mes, que se queda en eso. 
En una mesa, en un bolígrafo y un cuaderno. 
En trayectos cortos. En bibliotecas. 
En comer mal y poco. En miedos nocturnos. En nudos eternos en la boca del estómago. En apuntes a los que se les da color en un intento de que no te roben el alma. 
En soledad. En cuatro paredes en las que dormir, respirar y vivir como buenamente se pueda. En estrés. En ganas de liarte a puñetazos con las paredes. En violencia contenida. En comedimiento que acaba por explotar.
En un puñado de conversaciones virtuales que dan un poco de color y de calor. Y más bolígrafos, pero estos gastados del uso. Y manos doloridas de recordar sobre folios con sellos institucionales. Y frío, eso sobre todo. Y jerseys de cuello alto en los que esconder la nariz. 
En abrigos. En música gastada del uso. En música nueva que da un poco de luz. En viajes. En los problemas y las soluciones que los viajes traen. En alguna sonrisa. Y alguna lágrima. En ganas de mandarlo todo a paseo. 
En redescubrir por qué uno es lo que es. En recordar las razones. En descubrir cosas que jamás se habían pensado. En sonreír cuando te protegen como un territorio. En palabras que son, en realidad, abrazos. En él. En ella. En ellos. En café por litros. Y en tilas para compensar. 
En estornudos. En agobio y nervios. En suerte que a veces se va, pero nunca lejos. En reconocer una cara a través de la multitud hostil cagada de anotaciones y repasos. En el "Dios, eres de lo que no hay". En las miradas cómplices a través de las clases. En las sonrisas cuando las cosas son fáciles. En el no tirar la toalla cuando parece un poco cuesta arriba.
En mi poder de inventiva. En los escalofríos buenos y los malos. En...

Quizá no sea tan fácil reducir. Tampoco es necesario, porque, quieras o no, sólo son épocas.

31 de enero de 2012

The brave

No se consideraba una persona valiente. 
Si la gente así lo creía estaba en su completo derecho, no iba a sacarles de su error, pero en el fondo de su alma, sabía que se equivocaban.
No, no era una persona valiente. Le daba pavor el cambio (Supongo que como a todos) aunque no solía mostrarlo. Prefería callarse ese tipo de cosas.
Quizá pudieran recriminarle el no ser una persona completamente clara. No negaba que tenía su sombras, ¿pero qué no tiene sombras en esta vida? Los mejores jugadores de poker no muestran más que lo que les interesa mostrar y así había decidido ser.
Tenía miedo de las aventuras y eso el encogía el alma y le hacía sufrir en silencio, porque ante todo se hacía responsable de sus sentimientos y sensaciones y no deseaba cargar a nadie con ellas.
(Ven, en el fondo, eso de acarrear con sus cosas, hacía que fuera, a su manera, valiente)
Ahora  flotaba en la desesperación de una decisión que no acaba de tomar y que le perturbaba los sueños y que colgaba de su espalda como un peso muerto e incómodo.
Pensaba, no, lo dejo todo, aquí se queda, esto no es para mí, quizá lo sea para otros. Y luego se daba cuenta de su error, justo cuando más asumida tenía su decisión de tirarlo todo por la borda.
'Y si dejo que el miedo gane la partida esta vez ¿quién me dice que no la ganará siempre? Perderé todo lo que soy, todo lo que llevo años construyendo, por un pavor que me paraliza el alma. No, no puede ser. A la mierda, voy a vivir esta aventura. Si algo sale mal tendré nuevas historias que contar, y cuando el paso del tiempo borré los detalles que tan nítidos se hacen con la cercanía del suceso recordado, sonreiré y diré, bueno, por lo menos viví. Sí, esa es mi decisión. Y si sale bien todo me daré cuenta de lo estúpido de mi indecisión.'

Ven ustedes, en el fondo y aunque no se lo reconociera, era una persona valiente.

30 de enero de 2012

Los enamoramientos


Cuando alguien está enamorado, o más precisamente, cuando lo está una mujer y además es al principio y el enamoramiento todavía posee el atractivo de la revelación, por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente de fingirlo para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor, preocupación o hasta obsesión. No digamos de acompañarlo en sus reflexiones improvisadas, que son las que más atan y arrastran porque asistimos a su nacimiento y las empujamos, y las vemos desperezarse y vacilar y tropezar. De pronto nos apasionan cosas a las que jamás habíamos dedicado un pensamiento, cogemos insospechadas manías, nos fijamos en detalles que nos habían pasado inadvertidos y que nuestra percepción habría seguido omitiendo hasta el fin de nuestros días, centramos nuestras energías en cuestiones que no nos afectan más que vicariamente o por hechizo o contaminación, como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real, el cual dejamos temporalmente en suspenso o en un segundo lugar, y de paso descansamos de él (nada tan tentador como entregarse a otro, aunque sólo sea con la imaginación, y hace nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser la nuestra ya es más leve por eso)

Javier Marias, Los enamoramientos.

28 de enero de 2012

Tell me cuándo, cuándo, cuándo.

(Cuando endureces el rostro y piensas "ahí te has pasado, gilipollas". Cuando no puedes hablar sin romper a llorar. Cuando te hago daño con lo que digo porque soy un imbécil.
Cuando sonríes sólo con la mirada y te llenas de luz. Cuando te invito a desayunar y me miras por encima de la taza con tus ojos de gata. Cuando te tocas los labios inconscientemente porque los tienes cortados.
Cuando me arropas por las noches y me hago el dormido. Cuando besas mi espalda antes de darte la vuelta en la cama. Cuando esparces tu pelo por mi almohada)
-Hey, ¿me escuchas?
-Sí, perdona.
-Decía que cuándo tenemos que volver a la facultad.
(Cuando no te escucho. Cuando me quedo absorto en mis pensamientos)
-El próximo jueves.
-El próximo jueves. Perfecto, allí nos vemos.
(Cuando quedamos en vernos pronto. Entonces, te quiero)

25 de enero de 2012

Te me apareces en los espejos

Como un fantasma.
Cuando menos necesito tu presencia, cuando más incómoda se me hace. Cuando eres lo último que necesito.
Apareces. Te imagino con esa cara de "Hey, pasaba por aquí y he pensado que podría quitarte unos minutos de tu tiempo, si te dejas, claro".
Pero nunca son minutos. Son horas, son noches, son días.

-¿No tienes otro momento para volver? ¿Tiene que ser ahora?
-Claro que tiene que ser ahora. Tengo que joderte la vida ¿recuerdas?
-No recuerdo ese trato.
-Era un acuerdo tácito ¿Se me olvidó comentarlo?
-...

Y así, siempre.

22 de enero de 2012

Los otros. Y tú.


¿O seré sólo algo
que nació para un día
tuyo (mi día eterno),
para una primavera
(en mí florida siempre),
sin poder vivir ya
cuando lleguen
sucesivas en ti,
inevitablemente,
las fuerzas y los vientos
nuevos, las otras lumbres,
que esperan ya el momento
de ser, en ti, tu vida?
P.Salinas


Los otros sonríen y me miran. Me hablan, me halagan y sí, me requiebran. 
Tú me observas serio. Callas, permaneces ausente y pocas veces me piropeas.
Los otros me adulan, beben los vientos por mí y me regalan el oído.
Tú permaneces ausente, te espero, te acercas y seguimos así.
A los otros les sonrío, ausente, y les hablo de ti.
A ti te miro seria, atenta. ¿Ves la diferencia?
Los otros no importan, me entretienen, pero no son tú.
Tú y tu silencio. Eso que te hace tan "especial".
Tú y tus celitos disimulados cuando te hablo de los otros.
Tú y tu puta manía de hacer realidad mi libro favorito.

Tiene cojones que sea yo la que se cuelgue de tus defectos.

If it weren’t for gravity, I would have fallen off the face of the earth

Se acostaban. No había otro espectáculo más tierno. 
¿Me ha oído usted?
¡Se acostaban!
Se querían. Se amaban. A pesar de la fuerza de la gravedad.
La diferencia que existe entre una espina de rosa y una Star es sencillísima.




Tus ojos eran la muerte y el mar.


12 de enero de 2012

#4

Nunca había salido de la ciudad que lo vio nacer, ni sentía la necesidad de hacerlo. Todas las ciudades eran, para él, idénticas. Con sus amplias avenidas, sus monumentos, sus callejuelas estrechas y sus barrios con encanto.
En eso había creído siempre, aún sabiendo que en el mundo, efectivamente, no hay dos ciudades iguales.

Su ciudad era todo lo que necesitaba. En ella se sentía seguro. En ella nunca había tropezado. Jamás en su vida, porque la ciudad y él se comunicaban.
La sentía en su torrente sanguíneo como un pulso siempre latente. Como un componente más de la sangre. Como las plaquetas o los glóbulos rojos.
La ciudad le hablaba desde las venas.

Era capaz de atravesar la avenida más abarrota con los ojos cerrados sin chocar con nadie, porque "veía" a través de los ojos de la ciudad. Se saltaba los semáforos en rojo con la seguridad de que ningún coche le atropellaría.
La ciudad le guiaba y protegía.

Hasta ese día.

Caminaba, como siempre, distraído. Con sus auriculares. En sus oídos sonaban The Smiths (Tenía la extraña teoría de que la luz invernal, que era la que cubría todo en aquellos días, sólo admitía ciertos tipos de música)
Entonces, chocó. De improviso. Se asustó.
¿Cómo no había sido capaz de detectarlo?

Y entonces, la vio. 

7 de enero de 2012

En un cruce de Abbey Road.

-Verás- dice con seriedad- no soy quién para decidir eso.
-Sí, sí que lo eres. Lo eres desde el momento en el que te he pedido tu opinión al respecto.
-Eso es un regalo envenenado.
-Es mi regalo, no puedes esperar otra cosa... Sigo esperando una respuesta.
(El interlocutor mira a todos lados, parece que buscando algo o alguien que le saque del entuerto en el que se ha visto envuelto sin quererlo)
-No sé qué decir...
-Empieza por la verdad. Lo que de verdad piensas, quiero decir.
-Joder, en menudo apuro me has metido...
-Ya, lo siento (No. Te jodes)

4 de enero de 2012

No hay ritmo

Quizá sea cosa mía, pero a veces siento que vamos desacompasados.

Yo saludo de lejos y tú haces como si no me vieras.
Yo te insisto y  tú sigues impasible.
Yo desisto y entonces...

Tú llegas y desordenas todo. Entonces hay complicidad. Y sonrisas. Y luego...
Me buscas y yo no me puedo encontrar.
Te busco y no puedes desatender tus obligaciones.
Y si por mí fuera... Te taparía con mi edredón todas las noches y te daría un beso en el hombro antes de dormir.
Y si por ti fuera... Creo que nunca usaría ropa y tendría desgastada la espalda de tantas caricias.
Y así seguimos. Desacompasados, como siempre. Pero puede que buscando la melodía.