15 de abril de 2012

Recuerda, recuerden.

El tacto nunca fue mi sentido favorito. Además siempre me pareció el más prescindible de los cinco. La vista, el más importante.
Claro, ¿qué va a hacer una lectora voraz sin vista?
Y entonces.
Aprender que cuando la luz falta, es el tacto el rey.
El tacto de tu pelo entre mis dedos.
El tacto de tus dedos sujetando mi espalda.
El tacto de mis dedos explorando tu pecho.
El tacto de tus labios en mis clavículas.
El tacto de mi pelo acariciando tu cara.

Y si el oído juega, ya no necesitamos nada más.

Además, la piel tiene memoria ¿No les parece extraordinario? ¡Memoria! Memoria...
Mi piel, por ejemplo, recuerda cada domingo por la mañana el tacto de una piel ajena y, a veces, añorada. Caricias de hace casi un año. Y caricias de hace una semana. Caricias debajo de las costillas. Caricias cerca de las caderas. Un mordisco en la oreja. Una presión en mi boca. Un beso en la línea de la columna. Un leve roce a lo largo de las piernas.
Y otro roce. Un cosquilleo. Una inquisitora caricia. Una posesiva presión. Y luego, la nada.

Puede que el tacto sea ahora uno de mis sentidos favoritos.

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