12 de abril de 2012

57 minutos

Tenía aquella curiosa manía de los jueves.
Llegar a casa, dejar las llaves, el bolso, los auriculares.
Estirarse. Contemplar la casa vacía.
Llegar a la cocina, encender la placa, calentar los macarrones con tomate.
Cerrar la lavadora, comprobar que está cargado el detergente. Botón de encendido. Giro de muñeca. Ajuste de temperatura. Ajuste de tiempo. 57 minutos. Allá va.
Y en esos 57 minutos simplemente permanecía en silencio. En ese metro cuadrado del mundo que ocupaba su minúscula cocina. Su cocina en blanco y negro. Se sentaba a comer esos macarrones de los jueves. En ese taburete gris como de bar. Fregaba lo ensuciado, volvía a tomar asiento. Hasta que se agotaban los 57 minutos.
Entonces, tenía que dejar aquello en lo que estaba pensando: sus proyectos, sus recuerdos, sus noches en vela, sus delirios, sus esperanzas y todo lo que le atormentaba, en definitiva.
Y recoger la colada de sábanas.

Un jueves más. 

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