17 de septiembre de 2012

Producciones El deseo S.A. presenta:

En aquello época, todo se reducía al deseo. 
Deseo de que todo volviera a la normalidad. Deseo de cambio, quizá. 
Deseo reducido a lo más primario, pero también llevado al extremo más espiritual. 
Deseo de piel, de boca, de saliva. De tacto recorriendo piel, acariciando bocas, siguiendo un rastro húmedo de saliva.
Pero también deseo de tiempo dedicado a brazos y abrazos. Y suavidad delicada. De compañía silenciosa. De silencios largos llenos de palabras agolpadas en la garganta aguardando su momento. De palabras que querían salir libres, sin miedo, en el mismo momento en el que el cerebro tuviera el antojo de componerlas, con esa gramática y esa sintaxis innata de la que hablaban los lingüistas reputados. O quizá no procedieran del cerebro, por ser algo más natural, más espontáneo, más sentimental y, por lo tanto, procedente del pecho (Subir siempre cuesta más que bajar, por eso esas palabras era siempre más difíciles de pronunciar)

Y este deseo, con todas esas variables posibles apareciendo simultáneamente, iba a donde quisiera que yo quisiera ir. Cargado a la espalda. Con un peso en ocasiones pesado, hasta el punto que el mismo deseo agotaba el cuerpo y lo arrastraba a un estado de casi duermevela que era insostenible para mantenerse como un ser humano normal o decente, y otras veces tan ligero que apenas se notaba, si no era por las cosquillas que hacía en la nuca cuando soplaba el aire en los recuerdos, que siempre tienen una temperatura fría, porque están lejos, quizá; porque dan miedo y se desdibujan, como todos los recuerdos.

Pero el deseo se hacía especialmente fuerte cuando se concentraba unido a dos frases, que de vez en cuando se escuchaban, huecas como con eco o reverberación dentro de la cabeza, justo entre las cejas, donde aparecían las arrugas más profundas cuando llegaba la madurez, y parecía que iban a salir, como en un pequeño rollo de papel, localizando el punto exacto de su salida en la frente con un dolor que se alojaba allí desde el mismo momento que surgía alguna de las dos frases y que desaparecía, con suerte, en cuanto lograba cerrar los ojos y descansar las ocho horas estipuladas tácitamente entre cerebro y cuerpo.
Aquellas dos frases eran "Todo va a salir bien" y "Va a volver". Con sus variantes, ambas respondían, en realidad, a una misma realidad que había roto la rutina un martes, sin más, después de una ducha (Ya se sabe que en las duchas de agua caliente siempre se han desarrollado las ideas que cambian la vida para bien o para mal) Y el deseo era más esperanza que otra cosa. Y ambas frases, pero sobre todo la primera, por ser, en realidad, más importante, se repetían como un mantra un día tras otro.
Digo que la primera es más importante por el simple hecho de que no necesitaba la segunda para realizarse, que era un mero adorno a la realidad para completarla y mejorarla. Pero la segunda, sin esa primera afirmación, no era nada. Era el vacío, del que huía con autentico pavor. El vacío no servía. De nada.
Y a fuerza de repetir día tras día lo mismo, se hizo realidad, o convencí, por pesada, al destino. Y las cosas empezaron a ir bien y a compartir espacio con el deseo. Ganándole el terreno, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa. Y en algún momento, el deseo desaparecería, o cambiaría de forma, o sería satisfecho. Hasta entonces sólo había que beber, bailar, leer y esperar.

10 de septiembre de 2012

GBTW

-¿Y qué quieres?
Y si aquello hubiera sido el guión de su serie favorita se tendría que haber abalanzado hacia su boca mientras susurraba un completamente audible "A ti" antes de besarle. Pero, claro, no era el caso.
-Quiero... ¿Qué más da? Sea lo que sea no es posible. No ahora. No hay tiempo.
-Eso pensaba yo. Quizá...
-Sí, quizá. Pero ahora no. Es lo mejor. Las cosas dependen de ti. Siempre lo han hecho. Qué más da.
-Me sienta mal.
-No entiendo por qué. Eres el que menos tiene que perder. Todo es cosa tuya.
-Ya sabes lo que quiero decir.
-Sí. Lo sé. Y tú también sabes lo que yo quiero decir. Es lo mejor.
-Sí. Es lo único que podemos hacer.
Y sólo quedaba esperar. U olvidar. Llorar casi seguro. Pero que más da. Era lo mejor. Era lo único que se podía hacer.