31 de diciembre de 2013

Despedida

Háblale. 
Háblale como si nunca fuera a llegarle este mensaje, pero sabiendo que corres el riesgo de que le llegue. 
Háblale. 
Y despídete de él a la vez que te despides del año. 

Caro:
Esta es la última vez que escribo. Sobre ti o a ti. Ese es mi propósito de año nuevo (Ya ves tú, menuda mierda de propósito) 
Este año te he escrito y he escrito pensando en ti muchísimo más de lo que me gustaría. 
En enero tenía la certeza de que no ibas a volver nunca jamás. En febrero quería hacerte desaparecer, pero no fui capaz. Nunca supe qué esperar. La primavera hizo de las suyas con nosotros. Pero luego se acabó. Otra vez. Y vuelta a empezar: las lágrimas, el orgullo, la indiferencia, la aceptación y, otra vez, el caos. Y aún en la indiferencia y en la aceptación esperaba.
Ahora ya no. 
Nos merecemos ser felices. Y no lo éramos, aunque hubiera noches que se nos olvidara. Nos hemos hecho mucho daño y lo sabes. No quiero que te suene a reproche, hace semanas que sé que no estoy enfadada contigo, porque intento no tener sentimientos por ti. Y ya no estás en mi vida y no creo que vuelvas a estarlo más. A pesar de todo, te quiero. Te quiero y siento no habértelo dicho antes y habértelo dicho más.
Esto es una despedida. La despedida que quizá te tenía que haber escrito a ti directamente, pero que no fui capaz de hacerte llegar. Sólo he pensado, que ya que se acaba el año, debía acabar con esto ya. No voy a volver a pensar en ti. No voy a dejar que los sentimientos que tengo en el pecho se me sigan haciendo bola. Voy a borrar todas tus caricias, más pronto que tarde y ya no va a quedar nada de ti. 

Si algún día lees esto, por favor, acuérdate de que nunca me arrepentí de ninguno de los besos que te di, sólo de quedarme con ganas de darte más. Y que te quiero o que te he querido muchísimo, que ya no tengo miedo de decírtelo, pero que no te puedo querer más. Porque no podemos seguir así, porque tenemos que avanzar.

Sé feliz. Yo voy a empeñarme en serlo. Pero, por favor, por favor, por favor: no vuelvas más. No vuelvas, porque sabes que soy terriblemente débil y no voy a aguantarlo una vez más. No vuelvas, porque ambos sabemos que las personas no cambian, y tú y yo no vamos a cambiar.

Sé feliz. Sácame de tu vida. 
Auf Wiedersehen, Liebe. Ich liebe dich.  

Addio. 

Bien hecho. Sécate las lágrimas. 
Y sonríe, que tendrás que seducir al año nuevo para que no te trate mal. 

24 de noviembre de 2013

#2411

Es invierno dentro de la piel.
Ya hace más de una semana que buscamos respuestas. Y hace frío dentro de la piel y del pecho y de la cabeza.
Me niego a pensar que hay algo que te pone en mi camino sistemáticamente para que acabes por alejarte de mí. No.
Me niego a dejarte ir una vez más sin luchar, como si no tuviera nada que decir. No.
Me niego a que pienses que no me vas a hacer feliz y te marches. No.

Que te he dicho que te quiero y que es invierno dentro de la piel.
Que me digas que sí, que vamos a hacerlo y que sea primavera otra vez. 

16 de noviembre de 2013

#1611

Que la vida iba en serio ya lo dijo Gil de Biedma, pero no avisó de que llegaría un momento en el que aprenderíamos cuánto.
Y ahora, que las cosas van en serio, que hay algo que muerde dentro de los huesos sabiendo que la decisión que nos hará infelices puede ser la realmente correcta; que la esperanza está sentada, esperando, en una silla tan alta que los pies no le llegan al suelo, sabiendo que puede que no sea su lugar, pero observando; que los acordes de "Elle prie pour un miracle" hablan tan alto; que los silencios se rompen un momento para volver a hacerse densos veinticuatro horas eternas más; que la incertidumbre mira mal al optimismo, sabiendo que esta vez puede ganar para siempre, pero con miedo por si las tornas vuelven a cambiar; ahora, que la vida va en serio, sólo puedo pensar que hay veces que se tiene miedo y que esta vez el miedo me tiene a mí, sin más. 

19 de septiembre de 2013

#1909

Su nombre rimaba con Abandono en consonante,
con lo poco que se lleva eso ya.

Tenía la lengua hábil
y los labios finos como de metal.
La sonrisa afilada y regular,
los ojos grandes, como de mirar la ciudad.

La ciudad era pequeña a su lado,
o quizá debería haber vivido en otro lugar.
El tiempo se hacía largo,
la separación era eterna, sin más.

Su nombre rimaba con Abandono,
con lo poco que se lleva eso ya. 

16 de septiembre de 2013

Parece estar esperándome siempre. Sea la hora que sea. Como un recuerdo eterno del tiempo que no perdía conmigo, pero que ahora pierde.
Como una puta broma del destino.
Y qué quieres que te diga, por dentro ya no hay reacción. 

14 de septiembre de 2013

#1409

Si tus ojos me fascinaran.
Si me fascinaran, lo dejaría todo y los perseguiría hasta un día de lluvia.
Si tus ojos me fascinaran.
Me olvidaría de otros ojos oscuros, de otras miradas turbias, de los velos de alcohol. Y sólo existirían tus ojos. Y se grabarían en esa doblez del corazón y me perseguirían ya toda la vida, donde quiera que vaya.

Pero tus ojos están ocultos. Las sombras no me dejan ver mucho más allá de mis manos.
Menos mal.

Sólo faltaba que tus ojos me fascinasen. 

15 de julio de 2013

#1507

Acabar con algo siempre tiene algo de malo. Normalmente todo acaba con lágrimas. Pero es mucho peor que esas lágrimas no tengan la necesidad de salir, que al mirar atrás no haya un nublado en gris de melancolía, si no más bien una nube roja de odio o rencor. 
El odio no es un sentimiento bonito. Ni siquiera útil. Yo prefiero no odiar, pero el rencor es una cosa del todo diferente.

odio.

(Del lat. odĭum).

1. m. Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.


rencor

(De rancor).

1. m. Resentimiento arraigado y tenaz.


No son cosas para nada iguales. El rencor se podría decir que es incluso sano. Resentirse por un dolor es del todo humano. Nos hace ser humanos. Nos hace saber que estamos vivos y que no debemos volver a acercarnos a la fuente de dolor (También creo en el aprender de los errores propios, como no podía ser de otra manera)

Ah, el rencor. Qué bueno sentir algo, aunque no sea una melancolía azul si no un rencor rojo y ciego. 


1 de junio de 2013

Ni sonata, ni soneto.

Subir por tu espalda desnuda
a recitarte,
al oído,
un verso de Cernuda
o componer unos propios,
sobre la marcha y el tiempo.

Deslizar los dedos por tu pelo
y un escalofrío
bajo la manta en pleno junio.

Dejar que tus dedos me toquen
buscándome las seis cuerdas
o qué sé yo.

Que vengas aquí y duermas
a mi lado otra noche, amor. 

30 de mayo de 2013

#3005

No es un buen momento.
Y menos con esta primavera loca.
Somos tres, nosotros y tus circunstancias. Como siempre. Pero hay algo más. Está este peso en mi estómago. El que a veces confundo con el hambre, pero que es un malestar que sé que se alargará en el tiempo casi un mes más. Y no me deja vivir. Me hace llorar a cada momento. Me hace llorar cuando te escribo para sincerarme contigo y al segundo me siento imbécil.
Y aún así, todo merece la pena. Por nosotros y tus circunstancias. Pero qué bien estaríamos sin ellas. Pero que poco nosotros seríamos sin ellas.

Cuanta confusión.
Que peso en las entrañas.
Que nudo en el estómago.
Que fácil tienen las lágrimas el camino estos días.
Que poco me importan los hombres que murieron en la guerra.
Incluso después.
Incluso los que no están muertos.
Que poco importa todo cuando no estás a mi lado.

24 de abril de 2013

#2404

No podía dejar de pensar en ello.
Llevaba todo el día sintiendo su aliento caliente en la oreja, de esa misma mañana cuando se le había acercado a susurrarle cualquier cosa indiscreta al oído.
Indiscreta porque hay cosas que por correctas que sean no se pueden decir en voz alta cuando se cotillea en un transporte pública.
Indiscreta porque ese aliento cálido, húmedo y pesado le había despertado todas las hormonas. Y ahora las hijas de puta no se querían volver a dormir.

La siesta es de cobardes. 

20 de abril de 2013

No es fácil. De hecho, puede que sea la cosa más difícil del mundo lo de quererte.
Los momentos que estamos juntos son tan cortos y tu ausencia tan larga que era imposible que fuera fácil.
Y que me recuerden lo horrible de la situación no hace que las cosas mejoren.

Rezo para que los planetas se alineen y sople el viento de levante y una mariposa bata sus alas en Tokio y así podamos vernos. Pero muchas veces lo difícil pasa a imposible. Entonces ya no sé a que atenerme.

No, no es fácil. Ni divertido. Es lo que hay.
Y sin embargo, te quiero. 

9 de abril de 2013

Insomnio para dos

Es de noche.
25, 6 km nos separan.
Demasiados.
25, 6 mm también serían demasiados.

Los últimos días hacía frío en la calle,
pero ahora, en mi cama,
hay calor para dos.

Te imagino. Nos imagino.
Maldita fantasía.
Y estás lejos y no te toco,
y hasta te duele la imaginación.

Mi cuello huérfano de besos
y tus lóbulos en el orfanato de mordiscos.
Mis manos no tienen tacto extraño que tocar.
Mi lengua aguarda 
tras la hilera de dientes que no muerden.
Y tú, lejos, en tu cama, igual.

Nos separan los kilómetros,
la noche, los libros,
la música y el aguardar.

Y casi puedo sentirte cerca
si cierro los ojos.
¡Pero qué malo es imaginar!

1 de abril de 2013

Definitivamente, el amor es una debilidad.
Antes era la reina de las nieves. Y apareció él. Y ahora se me hace un nudo en la garganta al explicar el significado del Adagio del Concierto de Aranjuez.
Con lo que yo he sido.
Amar nos hace débiles. Estamos pendientes del bienestar de alguien que está a kilómetros de nosotros casi la mayoría del tiempo (O al menos así es en mi caso) Dependemos de esa persona. De que a lo largo del día nos dirija una palabra más o menos cariñosa. Y con conformamos con eso cuando lo único que queremos es poseerla por completo. Porque el amor también es egoísmo. Y a veces se nos olvida que el otro tiene sus circunstancias.
(Ortega lo sabía bien)

Pero queremos. A pesar de las circunstancias. Incluso queremos a las circunstancias, porque hacen especial a la otra persona.
Cuando se quiere de verdad, pienso, no se desea cambiar al otro, porque nos enamoramos de los defectos también, que son parte de un pack indivisible, como los yogures.

El amor nos hace débiles, pero oye, qué bien sienta la debilidad.

8 de marzo de 2013

Te voy a ir a buscar. No sé a dónde. No sé cuándo. Pero acabaré por irte a buscar.
Sin pretensiones. O con todas. 
Y cuando te vuelva a buscar, completando otro ciclo más, más te vale estar preparado. 

Te voy a ir a buscar y tienes que haberle quitado horas a Morfeo, o haberte comprado un giratiempo. Tienes que tener tiempo cuando te vaya a buscar, porque yo te daría el mío, para que lo inviertas en mí, pero eso no puede ser. Esa regla no la he puesto yo. Tienes que tenerlo porque yo ya no tengo bonobús para otro viaje más.

Llámame y voy a buscarte. O no me llames y lo dejamos todo tal cual está.

6 de marzo de 2013

La literatura nos hace creer cosas.
Creemos que si a ese personaje de libro le ha pasado, nos puede pasar a nosotros. Su historia era un imposible y salió bien y, total, yo tengo el viento de cara, ¿qué me iba a salir mal a mí?

La literatura alimenta las esperanzas.
(PECTORILE>pectrile>petrile>petril>pretil: Simplificación feeding metátesis)
Nos consume esa esperanza en un "pero y si.." casi imposible. Incluso anteponemos ese "casi" al imposible, porque nos matan las esperanzas. "Mientras hay vida..." te come la ilusión.

Y ahí, ilusos, crédulos, esperanzados, nos paramos, con el tiempo, que vive acojonado de que le culpemos de las esperanzas que nos crea la literatura. El tiempo, que sabe que va a estar a nuestro cargo, lamiéndonos las heridas, espera con nosotros.
Y la literatura sigue. Creando mitos y esperanzas nuevas, detrás de cada musa, de cada escritor o humano capaz de sostener un bolígrafo y garabatear algo.

Menuda hija de puta la literatura.


4 de marzo de 2013

Veinte horas andando por París

4 a.m.
Lo último que recuerdo es el brindis de la Traviata. Eso fue hace horas. No tantas, en realidad.
En la puerta está Violeta con su Buenos días y su nos vamos a París en la boca.
La pregunto que si en París hay gorilas por las calles. Lo he soñado. Lo debería estar soñando ahora mismo. Aún es demasiado pronto. O tarde, según se mire.
Desayunamos entre bostezo y bostezo rezando para que Dorian llegue pronto y para no dejarnos nada que vayamos a necesitar aquí, en Madrid.
Último repaso a la maleta.

Es de noche y hace frío. Dorian, Violeta y yo vamos sentados en la parte de atrás del coche. Hablamos poco porque aún tenemos sueño. Es demasiado pronto. No hay sol.
Y subimos al avión. Ahora es Violeta quien tiene mi Traviata. Se duerme. Dorian y yo no nos dejamos dormir. Me cambia el sitio para que vea el mar desde la ventanilla del avión. Me da miedo mirar por la ventana mientras aterrizamos en medio del verde francés. Aún a kilómetros de París.

El autobús nos saca de ese pequeño pueblo de la campiña francesa en medio de París. Viajamos separados.

La maletas se arrastran por las calles de París, por el metro. Por Montmartre por fin. Y dejamos de arrastrarnos con ellas.
Hay flores, con el frío que hace.
Las palomas parecen distintas. El cielo parece distinto. Parece que hace demasiado que hemos dejado nuestro Madrid. Son las 9 de la mañana y el día no ha hecho más que empezar. No podemos creernos que estemos al lado del Sena. Bajo la sombra de Notre Dame. No puede ser real.

Caminamos al lado del río. Caminamos sobre los puentes del río. Caminamos por los patios del Louvre. Caminamos por las Tullerias. Por las amplias avenidas. Frente a los escaparates más caros de la ciudad. Dentro de las iglesias. Caminamos por tiendas para reponer líquidos. Andamos demasiado.
Una fina lluvia va dejando marquitas diminutas en la piel de nuestros zapatos.
En la ópera sólo suena el sonido de los coches. Y nuestras canciones estúpidas. Las que llevamos cantando todo el día.
Volvemos a Montmartre. Nos reímos de la Bohemia. Fumamos frente al Sacre Coeur. Seguimos cantando. Y caminando.
En el Moulin Rouge ya no hay cortesanas tuberculosas. Y el Arco del Triunfo ya no admite visitas.

Seguimos cantando. Canciones viejas. Canciones nuestras.

La torre Eiffel nos ilumina la cara. Actuamos, el guión de siempre. Actuamos bajo la torre Eiffel.
Pero el cansancio duele. Ya no caminamos, no andamos, nos arrastramos.
El metro va más lento de lo que nos gustaría.

Me encaramo a mi litera. Las sábanas me abrazan muy fuerte. Quizá no tenía que haberlas remetido tanto. Seguro que esta noche no me destaparé.

Miramos el reloj.

0:00 a.m.

Veinte horas andando por París.

3 de marzo de 2013

Cuando volvía siempre era doloroso.
Lo desordenaba todo cuando su imagen aparecía sobre la retina de ella. A veces, por casualidad. En una foto antigua, de otros tiempos.
Su vista se nublaba y tenía que apartar la mirada.
Pero verle, tangible, real, delante de sus ojos, la trastocaba.
Perdía el control. Su cuerpo se colapsaba, era incapaz de obedecer órdenes simples. Los huesos se volvían de goma, era incapaz de sostenerse sobre las piernas. Ya no respondían.

Sí, lo sé. Todo aquello sonaba a literatura barata. Ella lo había leído. Pero ahora lo sentía. Era verdad. Como toda la maldita literatura. Siempre arruinándole la vida.

Y ya en soledad, apartada de miradas ajenas, pensaba y lloraba. Una vez más. Posiblemente, no la última. Nunca era la última. Siempre había más. Más dolor, más manojo de nervios, más lágrimas, más.

Y menos, cada vez, un poco menos.

24 de febrero de 2013

Novela número 8

He empezado a escribir otra novela. Es otra novela de relaciones complicadas, porque no sé escribir de otra cosa.
Sólo sé escribir de lo que he vivido. De la soledad después de un abandono tácito.

La Pardo Bazán odiaba que por ser mujer se la tuviera que identificar con personajes femeninos que no la representaban. Yo odio que cada personaje femenino tenga más de lo que yo quisiera de mí. No sé poner distancia. En nada.

He empezado a escribir otra novela, que espero que no vaya al cajón de las novelas olvidadas como todas las demás. Ya deben ser 6 o 7 allí. Suficientes en todo caso.

He empezado a escribir otra novela más y tú no estás aquí para que te la lea a media voz muerta de vergüenza. 

23 de febrero de 2013

#2302

La cinta de Moebius sigue bajo mis pies.
Yo, que pensé que había escapado.

Puto eterno retorno, siempre igual.
Suena música alemana,
otra vez.
Otra vez, otra vez.

De la cinta de Moebius no se puede escapar.
Se puede saltar, de una a otra.
De una obsesión a otra,
aprovechando la colisión.

De esta cinta de Moebius no sé si quiero escapar.