6 de marzo de 2013

La literatura nos hace creer cosas.
Creemos que si a ese personaje de libro le ha pasado, nos puede pasar a nosotros. Su historia era un imposible y salió bien y, total, yo tengo el viento de cara, ¿qué me iba a salir mal a mí?

La literatura alimenta las esperanzas.
(PECTORILE>pectrile>petrile>petril>pretil: Simplificación feeding metátesis)
Nos consume esa esperanza en un "pero y si.." casi imposible. Incluso anteponemos ese "casi" al imposible, porque nos matan las esperanzas. "Mientras hay vida..." te come la ilusión.

Y ahí, ilusos, crédulos, esperanzados, nos paramos, con el tiempo, que vive acojonado de que le culpemos de las esperanzas que nos crea la literatura. El tiempo, que sabe que va a estar a nuestro cargo, lamiéndonos las heridas, espera con nosotros.
Y la literatura sigue. Creando mitos y esperanzas nuevas, detrás de cada musa, de cada escritor o humano capaz de sostener un bolígrafo y garabatear algo.

Menuda hija de puta la literatura.


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