3 de marzo de 2013

Cuando volvía siempre era doloroso.
Lo desordenaba todo cuando su imagen aparecía sobre la retina de ella. A veces, por casualidad. En una foto antigua, de otros tiempos.
Su vista se nublaba y tenía que apartar la mirada.
Pero verle, tangible, real, delante de sus ojos, la trastocaba.
Perdía el control. Su cuerpo se colapsaba, era incapaz de obedecer órdenes simples. Los huesos se volvían de goma, era incapaz de sostenerse sobre las piernas. Ya no respondían.

Sí, lo sé. Todo aquello sonaba a literatura barata. Ella lo había leído. Pero ahora lo sentía. Era verdad. Como toda la maldita literatura. Siempre arruinándole la vida.

Y ya en soledad, apartada de miradas ajenas, pensaba y lloraba. Una vez más. Posiblemente, no la última. Nunca era la última. Siempre había más. Más dolor, más manojo de nervios, más lágrimas, más.

Y menos, cada vez, un poco menos.

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