4 de marzo de 2013

Veinte horas andando por París

4 a.m.
Lo último que recuerdo es el brindis de la Traviata. Eso fue hace horas. No tantas, en realidad.
En la puerta está Violeta con su Buenos días y su nos vamos a París en la boca.
La pregunto que si en París hay gorilas por las calles. Lo he soñado. Lo debería estar soñando ahora mismo. Aún es demasiado pronto. O tarde, según se mire.
Desayunamos entre bostezo y bostezo rezando para que Dorian llegue pronto y para no dejarnos nada que vayamos a necesitar aquí, en Madrid.
Último repaso a la maleta.

Es de noche y hace frío. Dorian, Violeta y yo vamos sentados en la parte de atrás del coche. Hablamos poco porque aún tenemos sueño. Es demasiado pronto. No hay sol.
Y subimos al avión. Ahora es Violeta quien tiene mi Traviata. Se duerme. Dorian y yo no nos dejamos dormir. Me cambia el sitio para que vea el mar desde la ventanilla del avión. Me da miedo mirar por la ventana mientras aterrizamos en medio del verde francés. Aún a kilómetros de París.

El autobús nos saca de ese pequeño pueblo de la campiña francesa en medio de París. Viajamos separados.

La maletas se arrastran por las calles de París, por el metro. Por Montmartre por fin. Y dejamos de arrastrarnos con ellas.
Hay flores, con el frío que hace.
Las palomas parecen distintas. El cielo parece distinto. Parece que hace demasiado que hemos dejado nuestro Madrid. Son las 9 de la mañana y el día no ha hecho más que empezar. No podemos creernos que estemos al lado del Sena. Bajo la sombra de Notre Dame. No puede ser real.

Caminamos al lado del río. Caminamos sobre los puentes del río. Caminamos por los patios del Louvre. Caminamos por las Tullerias. Por las amplias avenidas. Frente a los escaparates más caros de la ciudad. Dentro de las iglesias. Caminamos por tiendas para reponer líquidos. Andamos demasiado.
Una fina lluvia va dejando marquitas diminutas en la piel de nuestros zapatos.
En la ópera sólo suena el sonido de los coches. Y nuestras canciones estúpidas. Las que llevamos cantando todo el día.
Volvemos a Montmartre. Nos reímos de la Bohemia. Fumamos frente al Sacre Coeur. Seguimos cantando. Y caminando.
En el Moulin Rouge ya no hay cortesanas tuberculosas. Y el Arco del Triunfo ya no admite visitas.

Seguimos cantando. Canciones viejas. Canciones nuestras.

La torre Eiffel nos ilumina la cara. Actuamos, el guión de siempre. Actuamos bajo la torre Eiffel.
Pero el cansancio duele. Ya no caminamos, no andamos, nos arrastramos.
El metro va más lento de lo que nos gustaría.

Me encaramo a mi litera. Las sábanas me abrazan muy fuerte. Quizá no tenía que haberlas remetido tanto. Seguro que esta noche no me destaparé.

Miramos el reloj.

0:00 a.m.

Veinte horas andando por París.

No hay comentarios:

Publicar un comentario