26 de noviembre de 2011

La Avenida Reina Victoria.

Es otoño.
Llego pronto, como siempre. Últimamente no consigo llegar tarde ni proponiéndomelo.
El paseo por la Avenida Reina Victoria comienza a ser algo habitual los viernes. Se va a acabar convirtiendo en rutina.
Creo que también se va a acabar por convertir en mi sitio favorito de este Madrid que me enamora.

La Avenida Reina Victoria huele a otoño. A las hojas que se caen de los plataneros.
Huele a las perfumerías, huele a sus cafeterías y sus desayunos. Huele a la fruta de temporada que ofrecen los puestos que invaden un poquito la calle.

La Avenida Reina Victoria sabe a café. Café a la española, bien cargado. Sabe a bollo suizo. Sabe a entrar a la facultad para un clase que te gusta.

La Avenida Reina Victoria suena a 'Puedes contar conmigo'. Suena a banda sonora de tu serie favorita. Suena a Concierto de Aranjuez. Suena a sonrisa. Suena a niños demasiado pequeños para ir al colegio que acompañan a sus abuelos a comprar el periódico.

Y su ferretería Venecia. Esa ferretería.
Y el piso que hay sobre ella. Con su balcón. Con las flores de su balcón.
Y los bancos desde los que puedes pasarte horas mirando esa casa.

Y esa señal de tráfico en la que pone "Paso de carruajes"
Y ese hombre gordito y calvo que veo a través de los ventanales de su oficina trabajando en el ordenador.

Esa es mi Avenida Reina Victoria.

25 de noviembre de 2011

Borrador de la película que nunca haré.

Lugar: sin importancia (No consta)
Tiempo: buen día, para ser otoño.
Espacio: Vía Láctea. Para ser concretos, algún lugar dentro de la Tierra.

Aquel perfume suyo le hacía perder el control. Pocas eran las cosas en el mundo que odiase. La fundamental era esa, perder el control. Sobre sí misma. Sobre sus emociones.
Aquel perfume suyo le estaba embotando el cerebro.
Respiró profundamente para intentar volver a ser su propia dueña.
Genial. Demasiado cerca de él. Con eso no había contado, claro. Ahora su perfume le había contaminado por completo.
Ya no le escuchaba. No podía. Era incapaz.

Miró sus labios en un loco intento de seguir la conversación, conversación a la que le había perdido el hilo hace siglos.
Segundo error consecutivo.
Deseaba aquellos labios. Los necesitaba.

Él seguía hablando. A saber de qué.
Ella estaba llegando a su punto de no retorno.
(Contrólate, joder, contrólate ¿Qué coño te pasa?)
Sólo existían sus labios que se movían articulando palabras que ella no podía escuchar
(Cállate y bésame. Vamos. Hazlo)
Y aquel olor. Ese olor que la embriagaba.

Él se calló esperando la respuesta a una pregunta que ella no había oído. Esperaba con esa sonrisa suya. Ella reaccionó.

-¿Qué, perdón?
Él sonrió un poco más, pero no le recriminó que no le estuviera escuchando.
-Que si quieres que vayamos a tomar un café. Empieza a hacer frío. Tienes la nariz roja.
Ella ni siquiera se había fijado en el frío que, efectivamente, empezaba a hacer.
-Claro (Cualquier cosa menos separarme de ti ahora)
-Genial.

Él le tendió la mano. Ella la miró sorprendida, pero se la cogió antes de que pudiera interpretar, por su cara, alguna respuesta errónea.

-Tienes las manos muy calientes.
-Y tú muy suaves - le contestó él.
-Creo que necesito que me beses. He perdido la cabeza. Mira lo que estoy dicie...

No pudo decir nada más.

-Pensé que nunca me pedirías que te besara. Mira que te piensas las cosas, cabecita.

19 de noviembre de 2011

Cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.

Nadie me ha besado nunca como tú. De esa manera que vaciaba mi mente de cualquier pensamiento que no fueran las sensaciones que percibía a través de mis ojos cerrados. De esa manera que hacía que se me olvidaba lo de querer huir a cualquier lugar del mundo en donde nadie me conociera. Nadie ha conseguido quitarme así el aliento. Nadie ha sabido reproducir esa forma que tienen tus labios de encajar con los míos. Nadie
Tampoco nadie se ha dejado besar como tú lo hacías, como a mí me gusta hacerlo, con esos besos cortos que son apenas un roce. Ni tampoco nadie me ha permitido sonreír contra su boca, esperando pacientemente a que yo borrase esa estúpida sonrisa para seguir indagando incansablemente en mis labios, como si quisiera desgastármelos. Nadie me ha hecho separarme bruscamente de él, buscando un aire necesario para no perder la poca cordura que me pueda quedar en ese tipo de momentos. Nadie ha tirado de mi mano en medio de una calle de vacía de Madrid, a altas horas de la madrugada, para separarme del grupo y darme uno de esos besos rápidos que saben a poco, pero que importan mucho.
Nadie ha tenido un primer beso tan confuso y furtivo como el nuestro.
Nadie aparta tan cuidadosamente mi pelo de su cara, sonriendo por las cosquillas, tras hundirse peligrosamente en mí, ni nadie nunca me ha hecho probar de sus labios mi propio perfume a fuerza de recorrer mi cuello. Nadie.

Sólo espero poder encontrar algún día a alguien que haga las cosas aún mejor que tú.

13 de noviembre de 2011

En la línea de tu boca. Justo ahí


Acércate más.

Más. Más.

Un poco más.

A dos centímetros de mi boca,

o un poco más cerca.

Háblame desde ahí,

que nuestros alientos se confundan.

Más cerca aún

¿Ves mi sonrisa?

Es porque sé que nuestros labios

están a punto de rozarse.

Y se rozan.

Y nos apartamos jugando.

Y las respiraciones se entrecortan.

Y ahora vamos a hacer que nuestros labios se confundan.

Sin respirar.

¿Qué importa?

Coge aliento que allá voy

Y me pierdo.

En tu maldita boca.


Te voy a morder ¿vale?

No muy fuerte.

Tú suspiras, yo sonrío.

Y te susurro.


Muy, muy cerca de tu boca.

11 de noviembre de 2011

El camino alternativo

Si algo he aprendido en estos casi veinte años viviendo en el planeta Tierra, es que el ser humano es garrulo por naturaleza.
Esto se constata en dos hechos de mi vida diaria:
1. Escaleras de la facultad de Geografía e Historia de la UCM. Dos escaleras. En teoría, una de subida y otra de bajada. En teoría. Pues una SIEMPRE estará vacía, y por la otra se bajará a ritmo procesión de Semana Santa. De viejas. De viejas de pueblo (que no hay cosa más lenta en este mundo) Clara muestra de garrulismo.
2. Puertas del metro de Cuatro Caminos. Dos de entrada. Dos de salida. Pues todo el mundo entrará por la puerta abierta, independientemente de la que sea. Y las demás ahí, de adorno. ¿Comodidad? NO. Garrulismo.

Y es ahora el momento, en el que tras a hacer esta crítica, yo digo que cojo el camino alternativo, como no podía ser de otra manera. Porque a veces es más rápido. Porque a veces hay que hacer un esfuerzo para no ser igual que todos los demás en esta sociedad que, parece, nos manufactura a todos exactamente iguales.

La originalidad.
La rebeldía.
La fiebre de los veinte de romper con todo.

¡AHÍVA DIOS!

10 de noviembre de 2011

Conversaciones con Enrique


Tú a mí no me conoces. Es imposible que lo hagas porque estás muerto, a no ser que seas tú quién se apodera de mi mente en esos momentos cómicos, cosa que no me extrañaría, señor Poncela.
No te voy a llamar por tu nombre de pila, porque creo que todos los filólogos debemos de tener respeto a los maestros de la literatura y yo te considero así, aunque me hagas reír en el metro y en el autobús y yo quede como una loca. Eso sí, te voy a tutear, que ya eres como un colega más.
Oí de hablar de ti, como no podía ser de otra manera, en clase de mi adorada Menci, en seguida quise ver cual era tu visión del mundo. Así que me fui a mi estantería y cogí Eloísa está debajo de un almendro. Y nunca jamás había sonreído tanto con un libro en toda mi vida. Insuperables todos aquellos diálogos tuyos. Y pensé si alguna vez me animo y escribo teatro, quiero ser como Jardiel Poncela. Y luego vi en el metro uno de esos fragmentos de Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? y claro, no pude evitar que hacerme con un ejemplar pasase a ser una necesidad primaria.
Y así estamos, desde el sábado pasado, yo enganchada a tus letras y tú contándome la historia de Pedro de Valdivia. Y riéndome, sobre todo riéndome. Y pensando también, porque, señor mío, es usted un maestro de las sentencias.

-¿Habéis tenido tiempo de sobra en vuestra vida?
Si alguna vez habéis tenido tiempo de sobra en vuestra vida, seguramente que lo habréis perdido en estudiar qué es progresión aritmética

¿Pero cómo no voy a reírme cuando leo eso? ¡Si eso es el resumen de todo lo que he pensado en mi vida sobre los números y las matemáticas en general, que no sirven para nada!

Pero si de algo eres el rey, es de las notas a pie de página. (Ahora hay gente leyendo esto, así que por respeto a ellos voy a copiar las que más me han gustado aquí, que si no, se pierden)

-Porque... qué narices*
*Cicerón, Tratado de los deberes.


-Y contaría -Finalmente- la muerte de Pedro de Valdivia, el 3 de diciembre de 1553, a la cabeza de sus tropas y en una lucha homérica después de la cual no quedaron ni los rabos*

*Esta lucha homérica fue homérica del Sur, naturalmente, pues -como queda advertido- la acción se desarrollaba en Chile. (Estupidez escrita para indagar)

Y tú mismo te lo decías todo. Y con tu pan te lo comías. Olé tú.

Pero también me has hecho pararme, y releer una frase una y otra vez. Y odiarte un momento por conocer a las mujeres tan bien y porque siguen existiendo hombres que no nos conocen así. Y así, me has hecho quitarme, dentro de mi mente, ese sombrero que siempre llevo. He aquí tu frase:

Las mujeres no aman nunca los que se enamoran locamente de ellas.

Qué razón tienes, jodío.

Ahora me despido, he quedado con esos dinosaurios sin gracia del siglo XV. Ya nos veremos por ahí. Espero que pronto.


6 de noviembre de 2011

Una ventana al bosque

Mi ventana nunca ha dado al bosque ¿sabes? Pero vamos a fingir que sí. Así podré contante cosas antes de que te duermas y será mucho más interesante que mirar al techo hasta que al sueño le dé por venir.

No te preocupes, de los dos yo soy la de las letras, así que pondré yo las palabras ¿te parece? No hace falta que digas nada. Sólo escucha ¿quieres?

Deja de mirarme así, me harás perder el hilo de los pensamientos que he arrastrado hoy hasta estas sábanas y te quedarás sin cuento.

¿Me dejas acomodarme en tu pecho? Gracias, creo que no hay un lugar más cómodo en el mundo que este.

Como te decía, mi ventana da a un bosque. Ahora es otoño y el suelo está cubierto de las hojas que se le van cayendo a los árboles. Los troncos de estos árboles están forrados de musgo. Casi todos. El musgo debe ser bastante blandito, eso parece por lo menos. Cuando veo esos troncos, sonrío, porque me acuerdo de Machado y aquel olmo suyo.

Ahora todo está inundado por una tenue bruma. A mí es uno de los paisajes que más me gustan del mundo.

A veces salgo de casa y, cruzando la verja que separa mi casa del bosque, camino entre los árboles. Siento la humedad en la piel. Y en el pelo.

Y miro hacia arriba. Me da un poco de pena ver las ramas de los árboles tan desnudas, pero el sol se filtra entre ellas. No puedo describir con palabras como la luz inunda mis ojos en ese momento. Supongo que los debo entornar, pero allí no hay nadie para confirmármelo. Ni una sola alma.

Llevo mis botas de agua, porque el suelo está húmedo del chaparrón que cayó la pasada noche. Ya sabes que me encanta saltar sobre los charcos. También tengo enrollada al cuello mi bufanda, así que escondo la nariz en ella porque siento que se me empieza a enrojecer del frío.

¿Te aburro? Parece que cierras los ojos. Quizá sólo estés imaginando mi bosque. Quizá ya te hayas dormido y estés ahora mismo paseando por él.

Sea como sea…

Cerca de mí hay una roca de buen tamaño, me llega hasta la cintura. Me apoyo en ella y saco el libro que ahora mismo estoy leyendo. Me río en medio del bosque. Algún día te lo dejaré, Poncela es uno de mis autores favoritos, siempre consigue sacarme una carcajada con su ingenio.

La luz grisácea del otoño se me está volviendo amarilla, debe estar cerca el anochecer. Me vas a permitir que vuelva a casa, porque ya sabes que en el bosque, y eso es algo que nos han enseñado todos los cuentos, siempre duermen criaturas peligrosas.

Cierro mi puerta con llave. Hace frío.

Ahora sé que estás dormido. Respiras con tranquilidad. Te acaricio la cara y sonríes, pero gracias a Dios no te despiertas. Me voy a acomodar un poco más en ti. Me gusta la sensación de estar entre tus brazos.


3 de noviembre de 2011

Te mentiré y te traicionaré siempre.

-Hay una isla. Un lugar habitado sólo por dos clases de personas: caballeros y escuderos. Los escuderos mienten y traicionan siempre, y los caballeros nunca... ¿Comprendes la situación?

-Claro. Caballeros y escuderos. Lo entiendo.

-Bien. Pues un habitante de esa isla le dice a otro: te mentiré y te traicionaré... ¿Comprendes? Te mentiré y te traicionaré. Y la pregunta es si quien habla es caballero o escudero... ¿Tú que opinas?




Déjame estar debajo de tu almendro, Eloísa

SEÑORA.—Es lo que yo digo: que hay gente muy mala por el mundo...
AMIGO.—Muy mala, señora Gregoria.
SEÑORA.—Y que a perro flaco to son pulgas.
AMIGO.—También.
MARIDO.—Pero, al fin y al cabo, no hay mal que cien años dure, ¿no cree usted?
AMIGO.—Eso, desde luego. Como que después de un día viene otro, y Dios
aprieta, pero no ahoga.
MARIDO.—¡Ahí le duele! Claro que agua pasá no mueve molino, pero yo me asocié
con el Melecio por aquello de que más ven cuatro ojos que dos y porque lo que uno no
piensa al otro se le ocurre. Pero de casta le viene al galgo el ser rabilargo; el padre de
Melecio siempre ha sido de los que quítate tu pa ponerme yo, y de tal palo tal astilla, y
genio y figura hasta la sepultura. Total: que el tal Melecio empezó a asomar la oreja, y yo a
darme cuenta, porque por el humo se sabe dónde está el fuego.
AMIGO.—Que lo que ca uno vale a la cara le sale.
SEÑORA.—Y que antes se pilla a un embustero que a un cojo.
MARIDO.—Eso es. Y como no hay que olvidar que de fuera vendrá quien de casa
te echará, yo me dije, digo: «Hasta aquí hemos llegao; se acabó lo que se daba; tanto va el
cántaro a la fuente, que al fin se rompe; ca uno en su casa y Dios en la de tos; y a mal
tiempo buena cara, y pa luego es tarde, que reirá mejor el que ría el último».
SEÑORA.—Y los malos ratos, pasarlos pronto.
MARIDO.—¡Cabal! Conque le abordé al Melecio, porque los hombres hablando se
entienden, y le dije: «Las cosas claras y el chocolate espeso: esto pasa de castaño oscuro, así
que cruz y raya, y tú por un lao y yo por otro; ahí te quedas, mundo amargo, y si te he visto,
no me acuerdo». Y ¿qué le parece que hizo él?
AMIGO.—¿El qué?
MARIDO.—Pues contestarme con un refrán.
AMIGO.—¿Que le contestó a usté con un refrán?
MARIDO.—(Indignado.) ¡Con un refrán!
SEÑORA.—(Más indignada aún.) ¡Con un refrán, señor Eloy!
AMIGO.—¡Ay, qué tío más cínico!
MARIDO.—¿Qué le parece?
SEÑORA.—¿Será sinvergüenza?
AMIGO.—¡Hombre, ese tío es un canalla, capaz de to! (Siguen hablando aparte.)

Eloísa está debajo de un almendro.

Venga, va. Vente conmigo al cine. Vamos a volvernos absurdos. Háblame con refranes. Indígnate. Vamos a matar el tiempo haciendo el imbécil.
Estoy cargada de teína, cafeína y todas esas sustancias excitantes
¿Vas a poder seguirme el ritmo? Salgamos a correr. O hagamos flexiones. Vamos a cuidarnos. O no.
Déjame que te cuente lo que estudio. Prometo no aburrirte demasiado. Absurdicemonos, por favor. Ponceleemos un rato. O quizá quieras intentarlo con Don Mendo. O con Mihura.
Sé castizo conmigo. Vamos a arrastrar las palabras como si estuvieramos cantando un chotis en la verbena de la Paloma.

Venga, va, llévame al teatro esta noche.