24 de abril de 2013

#2404

No podía dejar de pensar en ello.
Llevaba todo el día sintiendo su aliento caliente en la oreja, de esa misma mañana cuando se le había acercado a susurrarle cualquier cosa indiscreta al oído.
Indiscreta porque hay cosas que por correctas que sean no se pueden decir en voz alta cuando se cotillea en un transporte pública.
Indiscreta porque ese aliento cálido, húmedo y pesado le había despertado todas las hormonas. Y ahora las hijas de puta no se querían volver a dormir.

La siesta es de cobardes.