3 de febrero de 2012

Reducir la salsa y añadir sal a gusto.

¿Sabes? Hay épocas que sólo se reducen a eso. 
Días, o semanas, incluso algún mes, que se queda en eso. 
En una mesa, en un bolígrafo y un cuaderno. 
En trayectos cortos. En bibliotecas. 
En comer mal y poco. En miedos nocturnos. En nudos eternos en la boca del estómago. En apuntes a los que se les da color en un intento de que no te roben el alma. 
En soledad. En cuatro paredes en las que dormir, respirar y vivir como buenamente se pueda. En estrés. En ganas de liarte a puñetazos con las paredes. En violencia contenida. En comedimiento que acaba por explotar.
En un puñado de conversaciones virtuales que dan un poco de color y de calor. Y más bolígrafos, pero estos gastados del uso. Y manos doloridas de recordar sobre folios con sellos institucionales. Y frío, eso sobre todo. Y jerseys de cuello alto en los que esconder la nariz. 
En abrigos. En música gastada del uso. En música nueva que da un poco de luz. En viajes. En los problemas y las soluciones que los viajes traen. En alguna sonrisa. Y alguna lágrima. En ganas de mandarlo todo a paseo. 
En redescubrir por qué uno es lo que es. En recordar las razones. En descubrir cosas que jamás se habían pensado. En sonreír cuando te protegen como un territorio. En palabras que son, en realidad, abrazos. En él. En ella. En ellos. En café por litros. Y en tilas para compensar. 
En estornudos. En agobio y nervios. En suerte que a veces se va, pero nunca lejos. En reconocer una cara a través de la multitud hostil cagada de anotaciones y repasos. En el "Dios, eres de lo que no hay". En las miradas cómplices a través de las clases. En las sonrisas cuando las cosas son fáciles. En el no tirar la toalla cuando parece un poco cuesta arriba.
En mi poder de inventiva. En los escalofríos buenos y los malos. En...

Quizá no sea tan fácil reducir. Tampoco es necesario, porque, quieras o no, sólo son épocas.

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