13 de febrero de 2012

#1102

Tengo los ojos nublados de los humos de una noche larga. Esos cigarros, los que dejar el sabor dulce del chocolate en los labios, de los aderezados con una alegría simple. El humo del café. El humo de un regaliz. El humo.
Mis pies están cansados de saltar, de bailar. Mi cabeza no puede aguantar la felicidad. Río. Necesito descansar. La cabeza duele. No quiero dormir. Quiero seguir riendo. Quiero estar aquí siempre. Pero la cabeza me pide un descanso y la luz empieza a hacer daño a los ojos. 
Hay caricias y miradas. Y música. Y sonrisas. Y se come y se bebe en compañía. Se besa, se baila, se ríe, se comparte, se abraza, se pasea, se pasa frío (eso es lo de menos), se fuma. Siempre en compañía.

Mañana... Mañana no importa. La noche es larga y los ausentes son sólo sombras que a veces pasan, debido a algún comentario, por la memoria. Nunca mucho rato. 
No, no se piensa demasiado en los ausentes. Se olvidan entre copa y copa, entre calada y calada. 

El paréntesis antes de la tormenta para unos. La lluvia después de una gran sequía para otros. Para todos, algo parecido a la tierra prometida. 

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