12 de enero de 2012

#4

Nunca había salido de la ciudad que lo vio nacer, ni sentía la necesidad de hacerlo. Todas las ciudades eran, para él, idénticas. Con sus amplias avenidas, sus monumentos, sus callejuelas estrechas y sus barrios con encanto.
En eso había creído siempre, aún sabiendo que en el mundo, efectivamente, no hay dos ciudades iguales.

Su ciudad era todo lo que necesitaba. En ella se sentía seguro. En ella nunca había tropezado. Jamás en su vida, porque la ciudad y él se comunicaban.
La sentía en su torrente sanguíneo como un pulso siempre latente. Como un componente más de la sangre. Como las plaquetas o los glóbulos rojos.
La ciudad le hablaba desde las venas.

Era capaz de atravesar la avenida más abarrota con los ojos cerrados sin chocar con nadie, porque "veía" a través de los ojos de la ciudad. Se saltaba los semáforos en rojo con la seguridad de que ningún coche le atropellaría.
La ciudad le guiaba y protegía.

Hasta ese día.

Caminaba, como siempre, distraído. Con sus auriculares. En sus oídos sonaban The Smiths (Tenía la extraña teoría de que la luz invernal, que era la que cubría todo en aquellos días, sólo admitía ciertos tipos de música)
Entonces, chocó. De improviso. Se asustó.
¿Cómo no había sido capaz de detectarlo?

Y entonces, la vio. 

2 comentarios:

  1. Me gusta tu blog, he leído en tu twitter que eres perfumista?? Welcome to the club :) pasate por mi blog (www.miquelflexas.com) un saludo

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