9 de junio de 2011

Siempre he estado rodeada de él.


Desde la cuna "los girasoles"
de un loco holandés,
Gaugain y "¿Cuándo te casas?",
las negras de Goya,
la fragua de Diego después,
las salidas del mar de Soroya...

Mudas, colgadas en la pared.

Las vírgenes de Murillo,
la Libertad guiando al pueblo francés,
¿El blanco y negro del Guernica?
Mi acompañante siempre fiel.

El jardín de mis delicias,
aquel Arlequín azul,
la historia de Enrique VIII,
Degas y las bailarinas con tutú.


Entonces no había nombres
sólo cuentos, colores y atención:
"Ese rey tuvo ocho esposas
y a todas ellas mató.
Aquel pintor era sordo
y en una casa se encerró.
Este otro se volvió loco
y una oreja se cortó"

No eran días de vino y rosas,
eran días de caramelos al sol,
de paseos por la fuente del Berro,
de bocatas de Nocilla, de pan con jamón.


Y esa ese es un poco el origen de todas mis pequeñas obsesiones.
No son propias, son heredadas de todos esos pintores a los que me acercaron, al principio inconscientemente comiendo frente las flores de Van Gogh o los baños de Soroya, luego un poco obligada, pero al final de buen gusto. Porque con los años, he ido creciendo al lado de estas cosas, y claro, el roce hace el cariño (y rozaduras)

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