-Pero piensas en ella. Y a mí eso me atormenta.
-Claro que pienso en ella. Pero también pienso en Lorca,
en la República, en los hipérbatos, en Cernuda, en la presunción de inocencia,
en la ópera y en los macarrones con tomate ¿También tienes celos de eso?
-No, claro que no. Eso son tonterías.
-Como esto. Te he repetido mil veces que no sé cuáles son
mis sentimientos hacia ella. Quizá sólo la quiera como a una hermana. Sin más.
-Pero llevas su reloj...
-Sí ¿y qué? ¿Te molesta?
-Sí, porque siento que ella está en medio.
-Pues me lo quito. Ves. Ya no está... Ven aquí ¿Tú crees
que iría todos los días hasta tu casa con una sonrisa en la cara para verte si
estuviera enamorada de alguien más? ¿Crees que me seguiría acostando contigo?
¿Crees que te lo hubiera contado? Claro que no. Te lo conté para que nos
riéramos de mis tonterías. Y has hecho un mundo de un grano de arena. Te quiero
a ti. A ti. Eres el único hombre al que amo en la tierra. Y ella es simplemente
una curiosidad que tengo. Nuestros vínculos son fuertes y sabes que siempre he
tendido a relativizar con el amor. Pero te juro que no estoy enamorada de ella.
Ni siquiera me he cuestionado mi orientación sexual. Era pura curiosidad, que
además no ha llegado a nada. Ni nunca llegará a nada.
-Odio tu curiosidad. Me da miedo.
-Ven, perdóname, voy a hacer que se te olvide todo. Ahora
mismo, sobre tu cama.