Le miró a través del ruido, de sus gafas de sol, de las conversaciones de su alrededor, de los rayos de luz, y vio en sus ojos aquella eterna promesa errante que jamás se había atrevido a bajar a su boca y desprenderse de su voz.
Le odió internamente durante un segundo antes de lanzarse a esos brazos suyos que le esperaban abiertos las 24 horas del día.
¡¡PROMETEMELO!! - pensó entonces.
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