10 de enero de 2011

La mala interpretación


A toda la gente que entraba y salía del hotel le sorprendía ver un pequeño jarrón con una pequeña rama de bambú colgada en la pared del ascensor, un toque demasiado moderno para un hotel de paredes forradas por carísimos tapices;

Lo que nadie sabía es que aquello había sido un regalo de Lola (la recepcionista) a Marcelo (el ascensorista) y que éste lo guardaba con especial cariño porque era como tener un pedacito de Lola, un rayo de sol dentro de una caja, que le hacía más llevaderas aquellas interminables jornadas de 8,9 o 10 horas diarias de lunes a viernes... de miércoles a domingo... horario rotativo, ya sabéis.

Marcelo le prestaba todo tipo de cuidados y atenciones, le cambiaba el agua todos los días, le hablaba, hacia todo lo que le habían dicho en la floristería del hotel, pero nada, el bambú no crecía, incluso le añadía vitaminas al agua, y nada, el bambú no crecía.

-No sé, Marcelo, no sé porque no crece - le decía Lola - pero lo importante no es que crezca sino que tu lo mantienes vivo, contigo esta cogiendo fuerzas y verás como pronto empieza a crecer y crecer y te lo tienes que llevar a casa porque no cabe en el jarroncito.

Como habréis podido adivinar Marcelo estaba profundamente enamorado de Lola; en silencio; y el pensaba que Lola al hablar del bambú, hablaba de ella misma, y, que lo que quería decirle es que ella también estaba enamorada de él, y que le pedía que la esperara, que la diera un poco un poco de tiempo y que serian muy felices juntos, pero que no se atrevía por timidez, como le pasaba a él.

Lo que Marcelo no sabía, es que aquel bambú no crecía porque fue comprado para otra persona, un joven escritor que vivió meses en la habitación 1006 del hotel, con el que Lola mantuvo una secreta historia de amor, que terminó un día de abril, cuando ella subió como cada mañana a entregarle el correo con el bambú escondido bajo la chaqueta y vio que se había ido, sin un adiós, sin un hasta pronto, y mucho menos sin un nos vemos luego...

Y el bambú fue a parar a manos de Marcelo, porque fue la primera cara amiga que Lola encontró mientras se la rompía el corazón en mil pedacitos con la misma rapidez con la que un ascensor baja de la décima a la planta suelo y aquellos minutos fueron un sin fin de miradas malentendidas y sentimientos contenidos, suficientes para que Marcelo albergara una esperanza de amor correspondido.


De este texto no conozco el autor, ni sé si es original o copia, pero, por alguna maravillosa casualidad de la que no me acuerdo, llegó a mis manos hace ya algún tiempo. Con esta aclaración sólo pretendo excusarme, no vaya a ser que por casualidades de la vida aparezca su autor/a y me acuse de algo que jamás he sido, ni pretendo ser. Simplemente pienso que es algo tan bueno que debería ser compartido.

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