7 de octubre de 2010

¡Felicidades, Mario!

Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea de un planeta, de
un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos finos, tez bruñida y grandes
ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo. ¡Urania! Vaya ocurrencia. Felizmente
ya nadie la llamaba así, sino Uri, Miss Cabral, Mrs. Cabral o Doctor Cabral. Que ella
recordara, desde que salió de Santo Domingo («Mejor dicho, de Ciudad Trujillo», cuando
partió aún no habían devuelto su nombre a la ciudad capital), ni en Adrian, ni en Boston, ni
en Washington D.C., ni en New York, nadie había vuelto a llamarla Urania, como antes en
su casa y en el Colegio Santo Domingo, donde las sisters y sus compañeras
pronunciaban correctísimamente el disparatado nombre que le infligieron al nacer. ¿Se le
ocurriría a él, a ella? Tarde para averiguarlo, muchacha; tu madre estaba en el cielo y tu
padre muerto en vida. Nunca lo sabrás. ¡Urania! Tan absurdo como afrentar a la antigua
Santo Domingo de Guzmán llamándola Ciudad Trujillo. ¿Sería también su padre el de la
idea?
La fiesta del chivo, Mario Vargas Llosa.

Gracias a Dios, la genialidad se sigue premiando como se merece. Hoy no puedo hacer más que unirme al clamor que grita: ¡Enhorabuena, genio!

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